Yo no entiendo nada
El verano continua y las metralletas también. La víctima hoy se convierte en verdugo y una optimista como yo deja de tener fe en la humanidad. ¿Cómo sino se explica que nadie aprenda del pasado? ¿Cómo es posible que quien ayer sufría la devastadora apisonadora del odio, hoy no empatice con el que está aplastando?
Gaza muere, Israel aprieta el gatillo y el mundo mira hacia otro lado. Los muertos no visten de uniforme y en muchos casos no alcanzan el metro cuarenta. Piedras contra tanques, que en este caso poco se parecen al juego de piedra, papel o tijera. Y mientras el premio Nobel de la paz jugando a la guerra en Iraq. Cuanto más lo intento, menos lo entiendo; lo prometo, no lo entiendo. ¿No es aquel que ve un asesinato y no intenta nada por evitarlo cómplice?
La tele sigue sonando: Ébola, Gaza, muerte de un cura blanco y español; al que se le dio una oportunidad, por eso, por blanco y español. En mi cabeza resuena un, ¿por qué? ¿No se supone que todos los seres humanos valemos lo mismo? Respiro, trago saliva y sigo comiendo.
Abro twitter, a Gaspar Llamazares le han dicho de todo (menos bonito), tras dar el pésame y pedir explicaciones al Ministerio de Sanidad. Repito que prometo que yo no entiendo nada.
Respiro y recuerdo una pintada en el asiento de un tren: «No resulta saludable vivir perfectamente adaptado a una sociedad profundamente enferma». Igual es eso, que este mundo está loco, enfermo. Quizá esta sea la explicación, quizá por esto no lo entiendo.
Desde que he comenzado a escribir este post no para de resonar una canción de la Raíz en mi cabeza: «Si te encuentro gritaré a viva voz, que prefiero verte que ganar la guerra». Eso es, nos falta amor y nos sobra guerra. Pero amor del de verdad, no del romántico del siglo XIX que nos venden en las películas. Y sigue la canción… «levántate mi corazón, te escondiste a la sombra de la sierra».