¿Y si Bertín fuera anónimo?
No sé si una de mis adscripciones, o vicios o falta de novia -¡candidatas, aquí queda esto!- es el dar siempre explicaciones de lo que uno lee, escribe, hace, habla o cuenta en el periódico o en la radio. Ahora que no nos lee nadie y cuento esto a modo de diario juvenil, creo que cada uno de los que somos escritores y escribimos para el público debemos ser defensores de lo que escribimos y, en medida de lo posible, defenderlo.
Será, entiendo, una simplificación del llamado «nuevo periodismo»; que permite la interacción. El principal problema reside en que la interacción no es tal sino que, en la mayoría de ocasiones, se mueve no por la duda, en la que se basaría lógicamente la interacción, sino en la corriente que lleva a la lapidación y la abstracción laboral en esa línea no tan delgada que separa la opinión del insulto.
El hater existe, ya se lo digo yo. El hater existe en todos los ámbitos de la vida pero se ha visto reforzado con las redes sociales que le dan un anonimato que para el hater son las espinacas que tomaba Popeye. A menudo el hater es anónimo porque de tener nombre no sería hater sino envidioso, cobarde o gilipollas. Lo que no exime de la crítica en la red.
Las redes al final son unas corrientes similares a las generadas en la corriente comunicativa de la faz de la tierra. Solo que en Internet todo corre más rápido y, por tanto, con una ausencia mayor de criterio. El criterio, o lo estipulado como válido, como bien indicaba Arcadi, es lo que un grupo de expertos en algo ha decidido que así lo sea. Y lo es porque lo dicen, pero porque los demás -siempre los demás- aceptamos que así sea por un canon social que respeta al que se dice que sabe.
Y de ahí que Bertín Osborne haya vuelto a la palestra de lo televisivo y que sus entrevistas, tan imitables como irrisorias, se hayan admitido por el público que ve la televisión como lo único válido en lo que a calidad se refiere.
En la vida tangible, Bertín ha tenido también sus haters que a menudo, en el día a día de la televisión, se basa en ridículos consejeros que acaban por decidir lo que menos le conviene a su cadena. Bertín Osborne fue una buena noticia para la Televisión Española y quizá por eso se le cargaron. No es por facha, ni por no saber encender la vitrocerámica, ni por las críticas de machismo, ni por su reto en la revista Mens Health. No. Es por ser una buena noticia para una espiral en la que lo común son las malas noticias.
Colindante al asunto Bertín, está el asunto de la entrevista a Pedro Jota. Cuando Podemos en sus inicios aseguraba un mandato del Ibex hay quienes les tomaron por locos. Es la misma explicación de lo de Jota: un veto; una campaña a favor de otros; desquitarles de una vida pública: una realidad.
Comentan ahora que la primera de las entrevistas de Bertín en el nuevo programa con similar formato que emitirá en Telecinco será la de Jota. Pocas personas habrá en España con más que contar que Pedro pero también es cierto que Pedro conoce todos los formatos como para saber hasta dónde contó. La Moncloa puede paralizar muchas cosas, entre ellas, la propia Moncloa, pero salvo confesiones extremas, que no las habrá, no sería una intención el paralizar la entrevista en la pública.
Otra cosa es que, acostumbrados a unas entrevistas de futbolín, en la de Jota salieran un par de frases mal encaradas que podrían joder y mucho. Así habrá sido, de hecho, pero será más por la molestia al formato que por el propio contenido.
Con sus preguntas, Bertín ofrece al espectador un trozo del sillón en el que se sientan. Un taburete a la mesa. El espectador del programa se ve reflejado en las preguntas familiares que se realizan y cuyos titulares, como aquel programa de Mejide, rozan la frivolidad. «¿Está usted gorda?», «¿En aquella época tomó drogas?», ambas cuestiones formuladas en uno y otro programa forman parte de lo mismo: hacer público una demanda social.
Al crearse las espirales del silencio, se crean por ende las espirales del ruido. Esas espirales son el vox populi en las barras de los bares que a día de hoy, aseguran tener un vídeo con el perro y la mermelada. Bertín pregunta eso como una extensión de las inquietudes colectivas más amorfas y socarronas lo que le vale un tiempo en televisión y un negocio que la propia gente demanda.
Sólo queda desenfocar la cámara, apagar las luces, la producción, cerrar el estudio y pensar que esas mismas preguntas son las formuladas a cada segundo por un hater tan anónimo como el que le escribe los guiones a Bertín.
Darío Novo