La Marsellesa es la paz
Las puertas de la Sala Bataclan, convertidas ahora en altares improvisados en los que las velas se mezclan con el color de las flores del otoño y las letras escritas a mano en cartulinas, sirvieron para que un joven, de negro, de luto, acaraciara con sus dedos las teclas de un piano desplazado hasta el lugar.Habían pasado unas horas desde que unos terroristas accedieran a la misma armados hasta las cejas y dispararan a quemarropa a una sala abarrotada de amantes de la música.
Por segunda vez en el mismo año, la focalización de la sinrazón se centraba en el ataque a la vida acompañado de un clarividente ataque a los símbolos culturales de occidente. En enero, atentaron en una redacción y murieron en una imprenta. En noviembre, la sala de música y el estadio de fútbol han sido sus objetivos.
Aquel joven que acudió al día siguiente al Bataclan, peinaba sonidos con el sentimentalismo que Europa ha acuñado a los tiempos de guerra y no dudamos de que lo hiciera con lo más profundo de sus deseos o recuerdos. Repleto de sinceridad, el muchacho evitó las declaraciones, la personalización de alguien que bajó a la calle con el ‘Imagine’ de Lennon apenas unas horas después de que retumbase en la misma el sonido hueco de los AK-47.
«Nothing to kill or die for
And no religion too
Imagine all the people
Living life in peace»
Reza uno de los párrafos interpretados entre teléfonos móviles, cámaras y micrófonos de radios que abrieron los telediarios y los informativos de todo el mundo.
Los líderes europeos, con Mariano Rajoy a la cabeza, también entonaron el ‘Imagine’ en esa forma de cantar tan de políticos que es el silencio cobarde tornado en venda en los ojos que, como los niños, cierran los ojos para que no les vean. Todo sea dicho que Mariano quizá no sea el mejor ejemplo de la contundencia en sus palabras y no lo es tanto por gallego como por Rajoy: una marca de la casa.
Así, y sólo así, podremos comprender como el presidente de los 140 caracteres como lo bautizó Guillermo Garabito, compareció casi al tiempo que el joven del piano para decirnos que los ataques no son «una guerra de religiones, sino entre civilización y barbarie». Una manera muy sutil de decir una cosa y la contraria, una guerra que sí pero que no, un miedo a la pegatina en la solapa elecciones vista, una respuesta sin pregunta, una solución sin poner el problema. Rajoy, puro Rajoy: una gaseosa sin gas.
«Para que un gobierno no tenga derecho a castigar los errores de los hombres es menester que esos errores no sean crímenes; y son crímenes únicamente cuando perturban a la sociedad: perturban a esa sociedad desde el momento en el que inspiran el fanatismo; por tanto, es preciso que los hombres empiecen a no ser fanáticos para merecer la tolerancia».
Son palabras de Voltaire, un francés, en su tratado sobre la tolerancia.
Europa y el buenismo occidental en general, sopla sobre la ilustración convirtiéndola en un diente de león en cada respuesta vacía de contenido sobre un terrorismo que no solo acecha sino que amenazó hace años con venir y lo cumplió, con quedarse y lo cumplió y con convertir la vida en una sicosis de la muerte, cosa que ha conseguido desde el pasado viernes sangriento en París.
En España, los tontos con balcones a la calle («una ardilla puede cruzar España saltando de tonto en tonto») aprovechan sin embargo para desempolvar aquellas camisetas de los Goya que clamaban al ‘No a la guerra’ para un segundo uso de la corrección política negando el apoyo por manifestación o incomparecencia a vecinos atacados por el terror por miedo a un ataque. Frágil memoria la de estos resentidos que no recuerdan el horror de aquella mañana trágica en Madrid.
Hollande, sin embargo, no ha tenido piedad ni supuesta compasión con aquellos que no la tuvieron con sus paisanos. Lo mismo ha pasado con Putin a quien se le ha atribuido que «perdonar a los terroristas es asunto de Dios, enviarlos con él es cosa mía».
Wembley y el parlamento francés entero, al que Laura Casielles, la jefa de prensa de Pablo Iglesias jefe a su vez de la señora Carmena («paz, diálogo y empatía») dedicó un recurrente «putos fachas» al doblar la esquina de la embajada francesa, cantaron en pie La Marsellesa.
«El sangriento estandarte de la tiranía
Está ya levantado contra nosotros
¿No oís bramar por las campiñas
a esos feroces soldados?
Pues vienen a degollar
a nuestros hijos y a nuestras esposas.
¡ A las armas, ciudadanos!
¡ Formad vuestros batallones!
Marchemos, marchemos.
Que una sangre impura
empape nuestros surcos.»
Sólo queda cumplir los versos de La Marsellesa, el verdadero ‘Imagine’ factible para lograr la paz porque, como señalaba Montesquieu, «la guerra es un gran esfuerzo de todos hacia la paz».
Darío Novo