Hoy es once de marzo de 2004
Andrea firma su diario como le han dicho que lo escriba en el cole: cada mañana tras levantarse, ha de hacerlo. Y lo hace. También lo hace Julia (46 años) o Javier (50), cada uno a su forma. Fernando y Marina no escriben más diario que el de la rutina, levantarse como principio y llegar a casa como fin, con el trabajo bien hecho. O hecho. Para Andrea, Fernando, Marina o quien esto escribe, probablemente para usted, se nos declare una pregunta entre axiomática y típica del periodismo ¿y qué hacía usted el 11-M?
Las cucharillas se movían en el café, las legañas se limpiaban con agua y jabón, el despertador molestaba como siempre. Un día como tantos y como tantos desayunando con barbarie “inconscientemente piensas que lo primero ha sido un atentado de ETA porque han sido muchos años levantándose y, a esas horas, viviendo un atentado de ETA”. Son las palabras de Juan Pedro Valentín, el periodista que cambió los informativos de Telecinco. Palabras que coinciden con polos opuestos del imán como Urdaci o Gabilondo que lo vivieron en la tensión de la confusión y el dolor, que supone comunicar algo que no se sabe a ciencia cierta o que si se sabe, no se quiere creer. Pero vayamos a los hechos.
Es jueves once de marzo y la campaña electoral aborda la cresta de la ola o el último agua a los pies tras salir de la playa; desde entonces, uno ya no sabe si el vaso es medio lleno o medio vacío. Y siendo francos: las campañas electorales interesan a muchos pero influyen a pocos, porque el indeciso no vota por el contrario y el objetivo es el primer votante. Y ahí, sin saberlo, se rompió todo. A las 7:37 de la mañana, tres bombas explosionan en el tren 21431 en Atocha, un tren que nace en Alcalá de Henares y nunca llegará a Alcobendas. Un minuto después, a las 7:38, dos artefactos explosionan en el tren 21435 en la estación de El Pozo. Este convoy lleva el mismo destino y partida que el anterior. A la misma hora, 7:38, una bomba explosiona en el tren 21713 en la estación de Santa Eugenia. Le une a los trenes anteriores el punto de partida, Alcalá de Henares aunque su destino sería Príncipe Pío. O la tragedia.
La situación ya supera a cualquier cobertura. Aun a día de hoy y, en el momento de publicar esto, los datos de las llamadas contraponen a los hechos. Se suceden llamadas al 112 antes de que queden constancia de las explosiones, las alertas se suceden. Las noticias llegan a los informativos: SER Madrid advierte de una calzada tomada por peatones, Telecinco muestra confusión por una explosión e Iñaki Gabilondo llega a decir que, según primeras informaciones, no hay heridos.
Nada más lejos de la realidad o el deseo. Iñaki contacta minutos después con un abatido periodista de la SER que relata, en un profundo sentimiento, lo que ve. Omitiré reproducir sus palabras entre sollozos, durísimas, porque no atrae el morbo sino una crónica de aquel duro día.
“El infierno sea probablemente lo más aproximado”. Son palabras del hoy Ministro de Justicia y por entonces Alcalde de Madrid, Alberto Ruiz Gallardón. “Vi muchas cosas. Vi mucha gente muerta, eso no me impresionó tanto como la gente que estaba muriendo”. Son palabras del Alcalde de Madrid que acudió al lugar de los atentados unos minutos después de producirse las explosiones. Atocha era un mar de dolor, gritos, desesperanza y falsos rumores. Es archiconocida la grabación de un Policíaa Municipal, desbordado por la situación, corriendo en dirección al Ministerio de Agricultura, apartando a periodistas y ciudadanos que hasta allí se acercaron con el miedo en el cuerpo del rumor ante otro supuesto explosivo que nunca existió.
Primeras reacciones políticas
Son numerosos los juicos de valor expuestos sobre las intervenciones políticas del jueves 11 de marzo de 2004. Una situación, la del terror, para la que nadie está preparado, ni siquiera el político cuya obligación institucional le convierte en la persona que dar la cara ante la ciudadanía, siendo posible adelantándose a los problemas que esta puede tener.
El por entonces lehendakari, Juan José Ibarretxe fue el primero en comparecer en rueda de prensa. Lo hizo a las 9:00 de la mañana con la certeza de que ETA estaba detrás de las explosiones de Madrid “no son vascos de ninguna manera quienes cometen estas atrocidades, son simplemente alimañas, son simplemente asesinos”.
Y añadió el querer trasladar a la sociedad su “convencimiento de que ETA está escribiendo sus últimas páginas”. Probablemente, estas declaraciones de Ibarretxe hayan sido, con diferencia las más duras que haya pronunciado jamás contra la banda terrorista.
Ante numerosos medios hacía también aparición Arnaldo Otegi. El hoy encarcelado por delitos de terrorismo y líder de la izquierda abertzale, era por entonces representante de HB ilegalizado por formar parte del entramado etarra. “La izquierda abertzale no contempla ni como mera hipótesis que ETA esté detrás de lo ocurrido hoy en Madrid y lo queremos dejar absolutamente claro: ni por los objetivos, ni por el modus operandi se puede afirmar hoy que ETA esté detrás”. Se planteaban entonces dos hipótesis en torno a la multitudinaria rueda de prensa del filoetarra ¿podría ETA no estar detrás de los atentados o HB salía a lavar la cara del grupo terrorista?
El Gobierno sería prudente, quizá demasiado. En cuanto al tiempo, se entiende. La comparecencia de Ángel Acebes, Ministro del Interior, se postergó hasta las 13.30 de la tarde, 6 horas después de los atentados. En una primera aproximación, Acebes hace referencia al número de personas fallecidas. Tras él, una bandera española con un crespón negro. “En este momento las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado y el Ministerio del Interior no tienen ninguna duda que el responsable de este atentado es la banda terrorista ETA”. Fue una frase clave, una reflexión a vuelapluma, la manera de señalar sin seguridad a los culpables, la que marcaría para siempre ese final del Gobierno de Aznar y, hay quien dice, el inicio del Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero.
Aquella tarde España se paró. Ante la agitación previa de los atentados, la búsqueda de reacciones inmediatas, la filtración de información masiva pero no contrastada, la tarde supuso un abatimiento de realidad. Llegaban las primeras ediciones especiales de los periódicos con la información recabada a lo largo de la mañana. Muchas de esas portadas pesarían como una losa en los lomos de las redacciones como la edición de las 13.00 del diario El País y su “Matanza de ETA en Madrid”.
Comenzaba a llover, pero no más de la lluvia que cada español llevaba por dentro. A las 20.00 de la tarde el Ministro del Interior comparecería por segunda vez para hacer mención de una furgoneta encontrada en Alcalá de Henares, que había sido sustraída en Madrid. “En el asiento delantero se han localizado 7 detonadores y entre otras cintas, una en árabe que contiene versículos del Corán dedicados a la enseñanza”. Acebes corrige además el número de explosiones que dio en la rueda de prensa y, en palabras de Rubalcaba, utiliza un lenguaje ambiguo al referirse al Titadine como GomaDos.
Media hora después le llegaría el turno al Rey de España. La intervención de la Casa Real suele ser un buen baremo para medir la catástrofe puesto que, cada vez, Zarzuela es menos dada a pronunciarse en temas sociales. Una aparición, la del Rey Juan Carlos, con una foto parecida a la primera intervención del Ministro Acebes con una corbata de riguroso negro y una bandera española a la derecha de su espalda, izquierda según se ve la televisión que contiene también el doloroso negro de la tragedia en forma de crespón. “Vuestro Rey sufre con todos vosotros, comparte vuestra indignación y confía en la fortaleza y eficacia del Estado de Derecho, para que tan viles y cobardes asesinos caigan en manos de la Justicia y cumplan en prisión todas las penas que los tribunales les impongan”. Ni una palabra de ETA ni de atentados islamistas. Silencio.
Una hora después las máquinas de teletipos echaban humo. A las 21.30 las pantallas de rostros cansados de los periodistas se llenaban de alertas rojas, otra manera de decir que había una última hora. Una supuesta carta de la organización terrorista Al-Qaeda, enviada a un periódico árabe de Londres se atribuía los atentados de Madrid. Cayó Wall Street y el mundo comenzaba a asumir la posibilidad de que el 11-M fuera el 11-S de New York en Madrid.
Días, meses, años
Tras la tragedia llegarían las polémicas de los terroristas suicidas anunciados por la Cadena SER en exclusiva que serían respondidos por el propio ya expresidente del Gobierno, José María Aznar en la Comisión Parlamentaria del 11-M. El día siguiente sería un maremágnum de declaraciones cruzadas que finalizarían en un fuego fatuo del Partido Popular el 14 de marzo al perder la presidencia del Gobierno en pro del joven José Luis Rodríguez Zapatero. Es esta una compleja y muy opinable disquisición en la que, evidentemente, el lector pondrá su juicio.
El del 11 de marzo fue cosa de los magistrados Bermúdez, García Nicolás y Guevara, celebrado en 57 sesiones en un enorme pabellón de la Casa de Campo con una cobertura hasta entonces insólita de un hecho judicial. El coste del mismo fue de más de tres millones de euros. La sentencia dictamina en su final que los atentados fueron obra de “células o grupos terroristas yihadistas” y que ETA no intervino en ellos. Condenó de esta manera a Jamal Zougan y Othman el Ganout, a 42.922 y 42.924 años de cárcel como autores materiales del atentado. Del mismo modo condenó a Emilio Suárez Trashorras a 34.715 años de cárcel por cooperador necesario al facilitar los explosivos. Una última condena sería para Jamal Ahmidan, “El Chino”, Serhane Ben Abdelmajid, “El Tunecino” y los otros cinco miembros de la célula islamista que se suicidaron en el piso de Leganés. El juicio, sin embargo, no cerraría la investigación cursada por numerosos medios de comunicación que, con su información, contradicen la visión de la justicia sobre los atentados del 11 de marzo.
Se cumplen 12 años de la masacre. Hoy Andrea ya no escribe su diario, Julia y Javier, sin embargo, desayunan cada mañana con las heridas que les dejó aquel atentado y los recuerdos que marcan el dolor y la desesperación sufrida por ellos en las carnes y por nosotros en la memoria. Fue un 11 de marzo de 2004 que no tiene olvido posible. Ni perdón.
Darío Novo