En nombre de la libertad
La noticia de los disparos en ‘Charlie Hebdo’ me cogió en la fila del banco que es una de las tareas obligatorias a realizar una vez ha acabado el periodo vacacional. Con la premura que permiten estas gestiones, encaminé mi paseo por el camino más corto hacia el despacho.
A los periodistas nos ocurre, en estas ocasiones, una sensación de traición ante la noticia, de necesidad de vivirla si no de primera mano, casi. ¿Qué hacía yo en un banco mientras 10 compañeros eran asesinados en una redacción por hacer lo que yo hago a diario?
El vil asesinato contra la libertad de expresión que encarna a la perfección la revista satírica francesa es de manera directa un ataque a la civilización occidental. De otro modo no podría explicarse que el hecho de caricaturizar hasta la máxima expresión una religión pueda acabar con los sonidos vacuos y secos de unas AK47 zumbando en una redacción y en las calles parisinas.
En seguida pudimos darnos cuenta de que Francia estaba viviendo su particular 11 de septiembre o rememoramos la matanza de aquella mañana trágica en Madrid. Una ciudad vitalista se veía de nuevo manchada por el terror y la muerte de aquellos que no respetan la vida. pero exigen, al resto, no solo respetar su manera de vivir y por tanto su cultura, sino que pasan a cuchillo a aquel que no lo esté. Yo no lo estoy.
Y no lo estoy por discrepar de manera fehaciente de la cantinela socialdemócrata que lleva siendo un puro axioma de aquellos que discrepan de manera diametral de cualquier debate que conecte un par de ideas: “todas las culturas y religiones son iguales y, por tanto, tienen el mismo valor”. Y una mierda.
La civilización occidental, con sus errores, anda basada en un concepto que a todas luces escapa de aquellos que vienen a imponer el terror con kalashnikov y que es la base de nuestro sistema: la igualdad. Igualdad hombre-mujer. Hace tiempo que los trabajos dejaron de ser de hombres o de mujeres. Lejos quedó la ley diferente para uno u otro sexo; tan lejos aquellas canallas observaciones y modus vivendi en el que el macho alimenta a la tribu y la mujer cuida de ella.
Por no decir de los valores cristianos frente a los musulmanes. De inicio, el tratarse de una religión expansiva por la convicción a una religión impositiva en lo privadol. La transformación de la religión musulmana de la Edad Media en la que se encuentra al siglo XXI depende únicamente de sus fieles y estaré de acuerdo con aquellos que digan que esto no es fácil pero será clave, de inicio, la condena del atentado por aquellos islamistas no violentos y, en segundo lugar, el reclamo de las mujeres musulmanas de la vuelta a sus derechos como persona a todas luces enterrados por pensamientos, leyes y creencias con las que hasta ahora hemos transigido pero que no deberían ser toleradas más.
Después están aquellos que han tildado el ataque de una respuesta a la islamofobia. La islamofobia será –si es que lo es- otro problema pero sería de una bajeza intelectual pavorosa y de una manipulación evidente el hacer ver que esto es causa o consecuencia de la islamofobia porque si algo se puede ligar es que estos asesinos matan en nombre del islam.
En España, como todo, el atentado tiene dos lecturas. En primer lugar la de quienes nos hemos posicionado firmemente en contra de la barbarie terrorista desde que tenemos uso de razón y que, por suerte o condición, somos mayoría. Del otro lado los artificieros de las palabras que en su tiempo también lo fueron de las bombas.
Obviando al cierrabares Willy Toledo, los filoetarras de EH Bildu han utilizado el argumento de los crímenes cometidos por occidente para vetar una condena unánime del Parlamento Vasco al ataque cometido contra la revista ‘Charlie Hebdo’. Puede indignarnos pero nunca sorprendernos. Los trileros de la sintaxis fueron quien bajo otras siglas sembraron de miedo y terror las redacciones españolas a mediados y finales de los años 90.
Las estratagemas fueron muchas. Desde señalar a los objetivos como hizo Pepe Rei con Luis del Olmo hasta los paquetes bomba enviados al gran Carlos Herrera que pudieron esquivar las balas de punta hueca de los que odian la opinión. Menos suerte tuvieron Jose Mari Portell o José Luis López Lacalle muertos a manos de aquellos que siempre negaron la palabra para imponer el terror.
Jose Mari, Jose Luis o los trabajadores de ‘Charlie Hebdo’ representan y representarán para el periodismo un momento de recuerdo pero sobre todo de orgullo de la profesión. Serán cada día el motor que instigue a cada uno de los que pisamos las redacciones a no amedrentar nuestras teclas y nuestros pensamientos por miedo a los coches bomba, a las pistolas, a los fusiles de asalto. Lo haremos en su nombre y en el nuestro, en el suyo, amigo lector, pero lo haremos, sobre todas las cosas, en nombre de la libertad.
Darío Novo