Salvajes caprichos
El 31 de octubre de 1974, Foreman se enfrentó a Ali en uno de los combates que marcaría para siempre la historia del boxeo, ‘The Rumble in the Jungle’. Volcado en la pelea, el público coreó al unísono el celebérrimo ‘Ali bumaye’. Aquella deferencia de los locales respondía a una provocación de las de sin querer: Foreman se había presentado en Zaire con su pastor alemán, una raza de perro simbólica que creó animadversión al haber sido el can utilizado por los belgas para la colonización del país.
Algo parecido pasó en el combate de la pasada madrugada entre Pacquiao y Mayweather, aunque todo hay que adaptarlo al tiempo. ‘Money’ vino a presentarse al combate acompañado de Justin Bieber lo que acabó de disipar las dudas de con quién coño iba en un combate que despertó en España más expectación que cuando los nuestros, tan defenestrados, fueron campeones del mundo.
Reparemos en el hecho de que hay tan poca cultura del boxeo en España, que los tertuliones de la semana al respecto ni siquiera hablaban de las posibilidades, técnicas o entrenamiento de uno y otro. Fueron casi una revelación. Un país marcado por la historia del boxeo venía a preguntarse en ‘prime time’ televisivo y radiofónico si el boxeo era un deporte o no. Esto en el mejor de los casos ya que, el planteamiento primario, era si el boxeo era una salvajada o no. Cosas de la socialdemocracia.
Total, que nos plantamos a las cinco de la mañana, una hora un poco puta, no nos engañemos. Evitada la recreación colectiva, deseamos durante sesenta minutos que empezasen las hostias. En realidad fue una previa sin serlo. Una hora donde las luces y los focos seguían continuamente a los púgiles que se vendaban, se ponían los guantes haciendo gestos a sus asistentes de que apretasen más o menos y se encaminaban al pabellón de millonarios llegados en jets privados que colapsaban el aeropuerto.
Fue un buen momento para divagar sobre una pelea representada como el bien y el mal. Pacquiao, ese cuñado perfecto que salió de abajo hasta llegar a lo más alto. Un tío que reparte y reparte y se queda con la mejor parte y que reza a Dios en la esquina. Frente a él, Mayweather. Un tío que reparte y reparte religiosos hostiones y se queda con la mejor parte que es el dinero. Dijo que sus machacantes se los gastaría en joyas y coches. La marabunta buenista –tan abrumadora, tan inn- fue un clamor y hubo quien incluso me hablaba de las necesidades de los damnificados por el terremoto y este hombre, con sus cuernos y tridente, gastándose su dinero. Como si no pudiera gastarlo en lo que le de la real gana. Me hilaban esto como si tuviera algo que ver más allá de la demagogia que, en verdad, me valió para darme cuenta de la facilidad del pueblo para ser solidarios con los jurdeles de los demás.
Como las fiestas que planeamos como las mejores, no decepcionó del todo porque la pelea tuvo sus momentos brillantes sin referirme, ay, al tipo de las insignias que asistía a Mayweather. Choques de estilo. Un jab largo y un segundo contundente de ‘Money’; combinadas duraderas y rápidas adentro de Pacman. Un puto espectáculo. Al final, el boxeo tiene sus normas y en esas ganó Mayweather.
Un día después todo quedó resumido en números. Una completa pesadilla para aquellos que somos muy de letras. Que si el 118-110, que si los 180 millones, que si el porcentaje de share, que si el número de pinchazos del PPV.
Recordé entonces una charla con Jorge Bustos en ‘Casa Labra’ acerca de lo superfluo que, en palabras de Machado, era el boxeo. Bustos me decía: “se pegan por lujo o por arte, lo que me lleva a la concepción de Wilde de que arte es todo lo que es inútil en la vida. Esto es precisamente lo que hay que fomentar en estos días; las cosas inútiles, los placeres caprichosos”. Como el de la pasada madrugada.
El silencio se hace en el pabellón MGM cuando todo acaba. La lona continúa caliente por los focos que alumbraron un combate especial. Afuera dejó de cortarse la tensión pero muchas cosas más se cortarán en la larga noche de Las Vegas. Fue numérico en los 12 asaltos y se pudieron contar los golpes dados o recibidos por los púgiles. Una pelea de la que todos los boxeadores desearon ser parte. Una victoria a los puntos. Un capricho superfluo a la espera del próximo que esperemos que no tarde por nuestro placer y por el bien del boxeo. Bendita salvajada.
Darío Novo