Roma 0-2 Real Madrid: Cristiano vale unos cuartos
Un San Valentín verdadero y algo tardío. Así es la música de la Champions que nos gusta de verdad, a la que guardamos pleitesía y cuyo día recordamos sin fisuras cuando se produce ese sorteo en diciembre que nos deja mirando vuelos y hoteles como recién levantados de una siesta.
Los octavos de final del Real Madrid ante la Roma fueron una cita que duró lo que aguantó el equipo de Spalletti y lo que quiso Cristiano Ronaldo. El portugués maneja como nadie la velocidad y el espacio y en pleno atasco mañanero, posee un botón de ciencia ficción que le permite volar por encima de otros coches más lentos, que a veces se maquillan en el atasco o que son valientes y te retan en cada semáforo a sabiendas de que es cuestión de tiempo el verse rebajados. Un botón que decidió usar en la segunda parte donde todo -todo- le salió bien.
Valga esto para decir que la Roma salió airosa de la primera mitad. Lo hizo en buena parte por ese esquema desesperante y mortal -en ocasiones efectivo- del 5-4-1. Las botas de Perotti volvieron a mostrarse tan creativas como de costumbre y por momentos pensamos en que él sería la persona idónea para desatascar, al menos, un pacto de Gobierno.
La primera parte del Real Madrid fue de Marcelo y poco más. Las internadas del brasileño toman por minutos cariz de recital con ese juego de toque rápido y balón al pie, de espuela, de desdoble, de recurso y de asociación. Desespera al más pintado por ser una baraja inacabable de trucos de magia que, por ponerle un pero acaba tan centrado en el ataque, que descuida su espalda.
Suya fue una bolea con el exterior desde el pico de la frontal del área que lloró el palo de la meta de Sczesny . Por lo demás el Real Madrid se encontró con un muro lo que, unido a sus problemas de creación, convirtió al partido en una peligrosa digestión. Entre otras cosas porque solo pudo jugar por una banda toda vez que James, al no adentrarse a la media punta, bloqueaba las subidas de Carvajal que falló un par de veces su espaldas en balones largos. Las ocasiones de la Roma fueron, sin embargo más voluntariosas que efectivas y llevaron el nombre propio de Salah y El Shaaraway.
Tras la reanudación, el Real Madrid cedió parte del dominio del balón a cambio de espacios. En el 56, un pase largo de Marcelo contactó con Ronaldo que tuvo una autopista de 25 metros, las que a él le gustan. Recortó con la izquierda a Florenzi y preparó la artillería con la derecha, desde el pico izquierdo, su mejor cita. El disparo tocó la bota del defensa romano y se envenenó a un gol que fue celebrado con rabia y en el banquillo, con un abrazo a Zidane, con un menú para dos.
La salida de Dzeko dotó a la Roma de una mayor calidad en el ataque. De un control suyo en el área, en esos momentos en los que se para el tiempo en la defensa del Madrid, y tras ver la llegada de Vainqueur, pudo llegar el empate. El balón, duro, rozó el palo izquierdo de la meta de Keylor. Era el minuto 71.
El juego entonces pasó por su fase de ida y vuelta con un equipo deseando matar y otro deseando colgarse al tren de los sueños. Y en medio un recital de Cristiano que incluía pases, centros y mucha música. El gol definitivo lo puso Jesé, que había entrado cuatro minutos antes por James, en el 85. Lo hizo tras una carrera por la banda derecha, una cobertura incierta de Digne, un disparo cruzado y un portero batido.
El gol de Jesé fue definitivo y la sentencia la puso poco después Totti saliendo al campo por Florenzi. El ídolo romano decía adiós en su casa a la máxima competición europea, reafirmaba que el fútbol es amor y que por eso el Real Madrid está con pie y medio en el bombo de cuartos.
Darío Novo