“Las nieves del Kilimanjaro…y otras»
Enrique Ribas Lasso es un periodista madrileño especializado en nieve y montaña que cuenta en su haber con cerca de una decena de libros editados sobre esquí y deportes de montaña. Es también
editor de una publicación especializada en el sector del esquí, además de fotógrafo y redactor de contenidos técnico deportivos desde 1998. Como complemento a su tiempo le gusta escribir relatos de cuentos como este que hoy publicamos y que es uno de los que forman parte de su próxima obra literaria, un libro que aparecerá publicado acompañado de las ilustraciones del propio autor y que se publicará a final de septiembre de 2020 de la mano de la editorial Autografía.
Sobre el autor:
Mi pasión por la nieve viene de niño. Guadarrama ha sido mi cuna montañera donde comencé a conocer la montaña y vivir el elemento blanco. El alpinismo y el esquí acuático fueron mi base para luego pasar al esquí de montaña a donde llegué tarde pero con entusiasmo. A partir de los treinta años pude empezar a realizar mis sueños de ascender y esquiar montañas por todo el Mundo y, más tarde, conseguí unir mi profesión de periodista con mi pasión por el esquí, colaborando en revistas y editoriales de montaña como Desnivel y Barrabés. En 2002 comencé a dirigir la revista Trofeo Nieve y en 2006, con unos socios, creamos una editorial especializada en publicaciones de viajes y nieve y sacamos la revista Paraísos de Nieve que fue un éxito, me dio grandes alegrías y me permitió conocer y esquiar en un montón de sitios, algunos míticos y otros insólitos, desde resorts de fama internacional a montañas inhóspitas y poco frecuentes. Desde 2013 edito la revista de nieve y montaña NIX y su web revistanix.com y continúo viajando y haciendo reportajes fotográficos con la determinación de seguir haciéndolo hasta que el cuerpo aguante.
“LAS NIEVES DEL KILIMANJARO”….Y OTRAS
Por Enrique Ribas Lasso
Nunca he encontrado un título tan sugerente ni creo que lo encuentre como el de Las Nieves del Kilimanjaro. Un título de película y de cuento que creo determinó mi futuro y con toda seguridad engendró una pasión cuando era niño.
A veces no te das cuenta de tus pasiones hasta que pasa el tiempo y creces. Porque las pasiones se alimentan para medrar de forma no consciente cuando eres pequeño y luego, si esas pasiones o esa pasión no es enfermiza, o mejor, no supone algo perjudicial para tu vida (todo es relativo), la alimentas pero ya de forma voluntaria en beneficio de tu satisfacción. O sea, que cuando eres mayorcito haces lo que quieres y lo que te gusta (si puedes) y si tienes alguna pasión y la puedes alimentar y satisfacer sin perjuicio de otras facetas vitales, entonces…miel sobre hojuelas. Posiblemente no hay nada tan reconfortante como echar la vista atrás y comprobar que lo que has hecho y lo que haces en tu vida es tu pasión ya que la mejor recompensa para el espíritu es comprobar que te has realizado cumpliendo esos deseos que todos tenemos. Muchos de ellos son anhelos (conscientes o inconscientes) que nos acompañan desde la niñez y cuando eres adulto, comprobar que has satisfecho total (cosa casi imposible) o parcialmente esos deseos y pasiones, es como sentir que has realizado con éxito muchas de las tareas vitales que el cuerpo te pedía y te pide desde niño y, si eso ocurre, parece que te permite enfocar la muerte con el sosiego y la satisfacción que produce el trabajo bien hecho o,al menos, las obligaciones cumplidas.
Y todo esto qué tiene qué ver con el Kilimanjaro y sus nieves, por cierto, en franca regresión al igual que sus exiguos glaciares. Para mi mucho, ya que mi pasión es la nieve. Sin duda mi pasión vital es el agua sólida en términos generales. Pero no de cualquier forma, quiero decir que la escarcha de un congelador o los cubitos de hielo de un gin-tonic me la soplan. A mi me gusta la nieve que va unida al paisaje, a la meteorología, a los fenómenos atmosféricos, la nieve en su estado natural que podemos encontrar en ciertas latitudes y altitudes de nuestro Planeta y también me interesa, aunque menos, la nieve o el hielo cósmico, el de planetas o asteroides, el hielo del espacio exterior, pero esto es algo que me pilla muy lejos por lo que me interesa menos. La nieve como forma sólida del H2O que se forma por efecto de la baja temperatura es el elemento que me apasiona. También ese mismo elemento en forma de vapor, de nube, me fascina, sobre todo si es un cumulonimbo o nube de evolución, aunque también me acojona, porque las tormentas despiertan mi curiosidad, me atraen y me encantan (y las temo), igual que la nieve o el hielo pero de manera más distante ya que de ellas no puedo disfrutar si exceptuamos con su visión y admiración. Pero de la nieve sí que puedo disfrutar y de diversas formas: recreando mi vista con paisajes nevados, disfrutando de su tacto, de la sensación agradable cuando la pisas y te hundes, cuando asciendes empinados corredores en la montañasobre una nieve endurecida, al atravesar glaciares o alcanzar cimas blancas y frías y, sobre todo, cuando te deslizas sobre ella con unos artilugios en los pies y sometido a las fuerzas de la gravedad y la física del movimiento.
La nieve es lúdica, es un elemento que te permite “volar” sobre ella sin necesidad de ningún motor ni fuerza ajena, sólo con las que la naturaleza pone a nuestra disposición y que con un poco de ingenio ypráctica se pueden aprovechar para uno de los mayores placeres que existen. Creo que esquiar laderas vírgenes solo es igualable en intensidad y satisfacción a lo que deben experimentar los surfistas cuando “cabalgan” una buena ola durante varios minutos. Esquiar una larga y empinada ladera y si es en una montaña remota, lejos de la artificialidad de las estaciones deesquí, buscando la línea adecuada y segura y previendo el estado de la nieve, es una de las sensaciones mejores que puede aportar la naturaleza al ser humano.Pero no se trata solo de un deporte, esquiar no es nada sin su entorno (opinión personal) yaque el contexto, el paisaje y las circunstancias del manto de nieve dotan de significado y detrascendencia a algo que por sí solo sería simplemente el desempeño de una habilidad, que no es poco, pero es nada si se compara al hecho de poder desarrollar una acción continua en un entorno a veces sublime y que nos proporciona sensaciones que van mucho más allá de la satisfacción inmediata.Y estas características del esquí también pueden ser extensibles al alpinismo, lo que pasa es que el alpinismo no incluye el placer y la adrenalina que aporta la velocidad del descenso esquiando, aunque sí comparte el gusanillo del riesgo y del vértigo. Por eso: qué mejor cosa que juntar ambas aficiones, subir montañas por el simple placer de ascenderlas para después descenderlas, pero con el estímulo de esquiar su ladera y lograr un disfrute por partida doble.
Desde niño la nieve era para mí una atracción o casi mejor, una tentación, no sé si por ser Piscis, un signo de agua pero, en mi caso,coninfluencia de Aries que es un signo de aire, y la nieve, a fin de cuentas, es agua con aire a baja temperatura. El caso es que desde que tengo uso de razón la nieve me ha seducido de forma absoluta. Recuerdo la ilusión que me hacía pasear de la mano de mi madre por un Madrid lejano en el tiempo,cuando se amontonaba la nieve en las aceras y los porteros estaba obligados a limpiarla. Eso era cuando nevaba mucho más que ahora y en tiempos en que si caía una buena nevada no se iba al cole. Pero mi contacto principal con la nieve fue a partir de los siete años en que empezamos a pasar los fines de semana en la sierra de Guadarrama muy cerca de donde ahora vivo y donde la nieve era frecuente desde el otoño a la primavera en el suelo o en las cercanías de los pueblos y casi permanente en las cimas, aunque fuera solo en forma de manchas cuando llegabael verano. También recuerdo lo mucho que me gustaba ver nevar y los largos paseos con mis padres cuando había nieve y las dificultades para llegar a la sierra o volver a Madrid, así como las ocasiones en que nos quedábamos aislados dos, tres días o más sin poder mover el coche. Y con especial intensidad recuerdo un verano que viajamos al Pirineo y pude pisar los neveros del Puerto de La Bonaigua y ver en la lejanía una inmensa mancha blanca en una montaña muy alta que entonces no sabía cuál era y que ahora recuerdoperfectamente y reconozco el momento como la primera vez pude ver el Aneto y el macizo de Tempestades con sus blancos glaciares en pleno agosto. Entonces descubrí que había montañas mucho más altas y con mucha más nieve incluso en verano y supuse que las habría aún más altas y más frías que esas que veía. Aunque ya lo sabía por referencias, porque a mi casa llegaban gran cantidad de revistas gráficas como Blanco y Negro o Gaceta Ilustrada y grandes libros de lujosa edición con deslumbrantes fotografías de montañas, glaciares, zonas polares e incluso desiertos en los que se alzaban montañas aparentemente resecas pero que tenían nieve en sus cimas, algo que me parecía el colmo de lo fascinante. Y de esa forma descubrí el Kilimanjaro, con la típica estampa de la sabana en primer término y nutridos grupos de búfalos, cebras, antílopes y alguna jirafa en la lejanía y, tras la sabana, los bosques que trepaban por una ladera descomunal hasta un primer estrato de nubes que cubrían parcialmente la montaña gigante hasta tres cuartos de su altura y más arriba, ya juntándose con el cielo azul, una zona marrón oscura por encima de la franja inferior de nubes, que desaparecía bajo un manto blanco,que desde lejos parecía muy grueso y que se estiraba hacia abajo en mechonesa lo largo de corredores y barrancos y que en la parte cimera formaba un auténtico casquete de hielo y nieve que parecía inalcanzable.
Ahí empezó a surgir la semilla de mi afición y mi pasión por la naturaleza, las montañas y la nieve, a través de aquellas revistas ilustradas y los reportajes (en blanco y negro) de la televisión de personajes como Félix Rodríguez de la Fuente, que le veía en escenarios lejanos, de aventura en aventura, bien en la jungla como en desiertos, estepas, cimas o polos; entre tribus de nativos con amenazante aspecto o animales salvajes y peligrosos; enterrado en el fango, luchando contra ventiscas, atravesando arenales yermos o cubriéndose de las balas en Vietnam, el Líbano o alguna república Centroamericana en el caso de Miguel de la Cuadra Salcedo, otro referente aventurero de una época. También recuerdo los reportajes a color en el semanario Blanco y Negro de Walter Bonatti y recuerdo con especial fijación uno en el que ascendía a un volcán, que era un cono perfecto y que se alzaba desde una planicie de tierra y piedras y sus inmensas laderas eran igual que el resto del desierto inferior, piedras y arena sin vegetación. Por ahí ascendía Bonatti muy abrigado (yo entonces pensaba que todos los desiertos tenían que ser calientes) y llegaba hastaun punto en donde las piedras amarillas desaparecían bajo una capa de puntiagudas formaciones de hielo con forma de lanza, que llegaban hasta la cintura de los alpinistas y que estaban separados unos de otros pero muy poco, apenas unos centímetros, y de lejos parecían una capa uniforme. Con el tiempo supe que eran penitentes y con el tiempo he llegado a tocarlos y pisarlos y siempre que lo he hecho he recordado con nostalgia aquel reportaje de Walter Bonatti en el Blanco y Negro ascendiendo el volcán Licáncabur en el desierto de Atacama.
Y he dejado para el final el recuerdo más emotivo y más querido por lo próximo y familiar,de las personas que influyeron en mi,fomentando mi afición por las montañas y por la nieve. César Pérez de Tudela a quien descubrí de niño en la tele, especialmente recuerdo el famoso rescate en el Pico Urriellu de los alpinistas Lastra y Arrabal que mantuvieron a toda España en vilo durante trece días y que terminó de forma agridulce con su rescate, pero también con la muerte en el hospital de José Luis Arrabal. De esto se acaban de cumplir ahora cincuenta años, yo tenía diez y veía día a día en la televisión y luego en el diario ABC, en el que había trabajado mi padre, las peripecias que sufrieron los rescatados y los rescatadores que por entonces eran lo mejor del alpinismo español. Desde aquel año de 1970, siempreseguí las ascensiones y los reportajes de Pérez de Tudela y hoy tengo el honor de conocerle,charlar con él de vez en cuando y considerarle amigo, cosa que me colma de satisfactoria emoción al ver que he terminado haciendo cosas muy parecidas a las que soñaba de pequeño y compartiendo amistad con uno de mis ídolos que junto a otros sembraron en mi la semilla del amor a la montaña.
También recuerdo un día cuando no tendría mucho más de diez años, en que anunciaron en la tele que iban a poner la película “Las Nieves del Kilimanjaro”, yo me ilusioné tremendamente ya que pensé que se trataba de una película de aventuras un poco al estilo de las de Tarzán pero con exploradores o alpinistas más abrigados y en un entorno de nieve y frío, evidentemente, mi sorpresa fue equivalente a mi ilusión previa y mi decepción proporcionalmente inversa a ambas, ya que en la peli no había nieve, ni montañas, ni alpinistas, ni aventuras. Con el tiempo he superado la decepción y he vuelto a ver con agrado la película y a disfrutar de Ava Gardner, Susan Hayward y Gregory Peck y, más tarde, disfruté de la lectura del cuento de Ernest Hemingway en el que está basado y en el que parece que no pasa nada,siendo un bonito relato donde se muestran las miserias humanas, la pasión, el cariño, la lealtad, la deslealtad, la vida y la muerte en una tienda de campaña en mitad de la sabana tanzana a los pies de la Montaña de los Dioses. Unas obras, tanto la escrita como la cinematográfica, en que se profundiza en pasiones y deseos, que es lo que nos mueve en la vida, sin necesidad de efectos especiales ni grandes presupuestos. En definitiva: contar lo trascendente sin artificios en lugar de mucho artificio para relatar lo nimio. El Hollywood de antes y el de ahora.
Leí la obra de Hemingway poco antes de ir al Kilimanjaro ya que me parecía obligado.Fui a la montaña africana por excelencia justo una semana después del atentado en las Torres Gemelas con lo que el ambiente estaba un poco enrarecido y recuerdo que la atmósfera en los campamentos era extraña con una mezcla de estupor, miedo y sentimiento trágico,sobre todo teniendo en cuenta que en el Kilimanjaro se juntan cientos de montañeros de todas las partes del Mundo, muchos sin tener apenas experiencia en montaña, cosa que pasa factura y se refleja en la multitud de accidentes y bajas por falta de forma o por mal de altura que hay cada día. De aquella ascensión conservo buenos amigos ingleses con los que compartí cima, peripecias, noches de insomnio, borracheras y muchas otras aventuras que recuerdo con cariño y satisfacción. Ya antes y también después, he tenido la fortuna de ascender otras montañas, algunas míticas, en casi todos los continentes, pero reconozco que el Kilimanjaro me dejó un recuerdo magnífico, posiblemente por haber sido la montaña de mis sueños de niño y la sensación que tengo, desde que alcancé su cúspide, es la de haber cerrado un círculo que se abrió en la infancia y se cerró en Tanzania un cuatro de octubre de 2001. A partir de ahí tengo la grata sensación de que todo lo que me ha pasado, me pasa y me pasará es un tanto accesorio y lo agradezco infinitamente pero, subir a la montaña de mis sueños infantiles, culminóen gran parte mi pasión vital.
Recuerdo que a los pocos días de subir al “Kili” volépara volver a Madrid desde el Aeropuerto Internacional del Kilimanjaro, al suroeste del gran monte. El avión despegó y rápidamente tomó rumbo norte en una forzada maniobra, sin duda hecha a propósito para sobrevolar la gran montaña de sur a norte por su vertiente occidental y luego hacer un semicírculo sobre su cima y así poder admirarla en toda su colosal magnitud. Acababa de amanecer por lo que la vista era despejada y apenas habían empezado a crecer las nubes que casi a diario producen las tormentas vespertinas que alimentan sus nieves. Al ver desde el aire su cima y gran parte del recorrido que hicimos andando las jornadas anteriores al día de cumbre, lloré de emoción y alegría ya que entonces tomé plena conciencia de lo que había hecho, no tanto en el sentido deportivo (subir el “Kili” tampoco es gran cosa) sino por la realización de mis anhelos más íntimos y escondidos en mi alma desde la niñez. Sentí unagratitud infinita por haber tenido semejante privilegio, por haber recibido un regalo inconmensurable.
Por supuesto que he disfrutado otras montañas con gran intensidad, antes y después del “Kili”, algunas mucho más complicadas o expuestas y también montañas que habían sido referencias desde niño o joven, incluso algunas míticas como el Cervino que intenté sin lograrlo por dos veces y del que tengo un recuerdo muy agridulce por no decir malo, ya que siempre en una ascensión hay de todo, pero en este caso y en ambas ocasiones, prevaleció lo chungo, fue una sobredosis de miedo y sufrimiento que no mereció la pena. Y desde hace veinte años en que conseguí juntar profesión con pasión, me dedico a conocer las nieves de todo el Planeta esquiarlas, fotografiarlas y escribir sobre ellas, cosa más amplia y abstracta que subir cimas (aunque también se suben) y que colma de otro modomi pasión y mis sueños de niñez y mi satisfacción profesional y personal y por lo que doy gracias todos y cada uno de los días de mi vida. Sin duda, poder viajar a destinos a veces cercanos y esquiar las nieves peninsulares o de los Alpes que son un poco como esquiar “en casa” y también conocer la nieve de otros continentes, excepto la Antártida y Oceanía que son asignaturas pendientes, me llenan de complacencia y son una buena recompensa por vivir.
Saborear plenamente los viajes a las montañas ascendiendo, “cumbreando”, esquiando cuesta arriba y cuesta abajo, a veces en resorts de fama y otras en condiciones infames en lugares recónditos, es un premio formidable que si lo hubiese sabido de pequeño no me lo hubiese creído. He conocido y gozado de las calientes nieves del Kilimanjaro, las frías y sutiles nieves de la Rocosas de Norteamérica, las profundas nieves de Japón, las exóticas nieves turcas y persas, las exigentes e inhóspitas nieves del Cáucaso, las sublimadas y raras nieves chilenas, las familiares nieves europeas y las exóticas nieves del Atlas y, al final, las que más me atraen son las nieves de lugares calientes donde parece que lo blanco es un accidente del destino. Sigo profundamente fascinado, como cuando era niño, de esas zonas tropicales o ecuatoriales donde nieva y donde la nieve parece un anacronismo espacial en lugar de temporal. Parece una desubicación del frío, una translocación de lo polar y un exponente máximo de los magníficos contrastes de la madre Tierra. Y las nieves del Kilimanjaro son una de estas maravillosas y sublimes paradojas.
Moraleja: Hay que vivir la vida, conocer todo lo que podamos, pisar todos los paisajes posibles y dejar solo las huellas en la nieve como recuerdo efímero de nuestro paso.
FIN