¡Una de bravas!
Hoy lunes, veinticinco de mayo del “año del COVID-19”, cuando ya todas las regiones de España han pasado al menos a la “fase 1”, asistimos a una auténtica desbandada hacia las terrazas de los bares, con el convencimiento de algunos ciudadanos de que ya hemos alcanzado la luz que imaginábamos al final de ese largo túnel que hemos estado recorriendo.
Nada más lejos de la realidad si tenemos en cuenta, no ya a los batallones de expertos y sabios oficiales, que recomienden lo que recomienden dejan la última palabra a unos políticos, que dicho sea de paso, no son probablemente los mejores, ni los más apropiados para capitanear una salida exitosa a la crisis, pero que son quienes finalmente deciden, sino a quienes nos siguen advirtiendo que esta guerra no ha terminado.
Llegar hasta hoy ha sido un trayecto duro, doloroso, inquietante, lleno de temores y dudas, que no sólo ha herido gravemente la economía del país, sino que se ha llevado por delante (según datos oficiales) y a día de hoy la vida de casi 29.000 personas, una gran parte de ellas hombres y mujeres de edad avanzada que con los esfuerzos y sacrificios de toda una vida han levantado, partiendo de los destrozos de la guerra, el país que tenemos.
Hoy, la pandemia que ha azotado inmisericorde casi todos los rincones de España, algunos más encarnizadamente que otros, parece que comienza a estar controlada por los servicios sanitarios, todos los componentes del amplísimo escalafón incluidos, auténtica avanzadilla de la lucha contra el virus, que se ha dejado la piel y la salud en el empeño, sufriendo varias decenas de muertes y el contagio de más de 51.000 compañeros.
No podemos lanzar las campanas al vuelo por más que nuestros ojos nos permitan apreciar esa luz y veamos que día a día disminuyen los contagios, las hospitalizaciones y especialmente las cifras de muertos.
Los científicos siguen librando su particular carrera en los laboratorios de todo el mundo en busca de una vacuna o en el peor de los casos de algún medicamento que aminore o elimine los catastróficos efectos de ese asesino microscópico que nos rodea agazapado en cualquier rincón dispuesto a actuar ante cualquier descuido.
La vuelta a la “nueva normalidad” ha comenzado a hacerse despacio y son ya numerosas las actividades que han retomado el trabajo de antes con las limitaciones de ahora.
Hoy, especialmente en las zonas que estrenamos la fase 1, se nos pide prudencia y responsabilidad; no se trata de protagonizar una carrera para ver quien llega antes que nadie a las terrazas de bares y cafeterías, quien consume la primera ración de bravas o calamares, a quien le sirven la primera caña de cerveza o la segunda copa de vino.
Es un pequeño paso para reencontrarse con familiares y amigos, pero conviene no minimizar los riesgos y llegar a pensar, ni por un momento, que el peligro ha desaparecido por completo; no hagamos que la impaciencia eche por tierra todo lo que hemos conseguido durante los dos largos meses de encierro.
Todos los excesos y especialmente todas las imprudencias se acaban pagando y en ocasiones, como ya hemos visto, el precio a pagar resulta demasiado alto.