Un horizonte descorazonador
Hace sólo unos días, el Congreso de los Diputados (las diputadas también estaban presentes en la sesión), aprobó, por una amplia mayoría absoluta, los Presupuestos Generales del Estado.
Visto sin entrar en más detalles, éste, sería un acontecimiento a celebrar, no sólo por los 350 representantes de los ciudadanos, sino por toda la población en general, ya que representan la elevación a público de la “contabilidad” estatal, el detalle pormenorizado de las numerosas partidas de gastos a los que se aplicarán los ingresos obtenidos por nuestros impuestos.
En una situación idílica, que desde luego no es la que atravesamos, podríamos pensar que el Gobierno de España y los grupos que dan el visto bueno a las cuentas, lo hacen siempre con el objetivo último del interés general de todos los ciudadanos.
Damos por hecho, lo que es mucho decir, que todos ellos son gente sensata, debidamente preparada, eso sí asesorada hasta el agobio, incluso para la corrección de los errores ortográficos.
Pero el simple seguimiento de los acontecimientos que han desembocado en tan “exitosa” aprobación de las cuentas públicas, ha puesto en evidencia que en el largo proceso, no ha primado el rigor más aséptico y la objetividad presupuestaria, sino los intereses de unos y otros, para ver la forma de arrimar el ascua a su sardina y obtener el mayor rédito económico a sus votos, una mayor cifra de inversiones para sus territorios, con el consiguiente agravio para los de los demás.
Sonroja especialmente contemplar la chulería de quienes tras el “regalo” de un puñado de votos, no se cortan un pelo a la hora de pregonar que su apoyo a los presupuestos es sólo “un paso más en el proceso para alcanzar la república vasca”, “vamos a Madrid a tumbar definitivamente el régimen”.
Es de “agradecer” que al menos ahora, ellos no lo hagan con tiros en la nuca, como durante décadas lo hicieron los pistoleros de la banda terrorista, de quienes son considerados “herederos políticos”.
Indigna que el representante de una comunidad autónoma, que gasta una buena parte de sus impuestos en aventuras independentistas, embajadas innecesarias y otras “florituras”, haya exigido, para el apoyo de su grupo, que otra comunidad, decididamente constitucionalista, suba los impuestos a los ciudadanos que más aportan a la “hucha común”.
Duele que por conseguir los votos necesarios se acceda a arrinconar el idioma de todos y en la práctica resulte cada vez más difícil que cualquier español pueda desenvolverse y educar a sus hijos en castellano en cualquiera de las comunidades que además tienen otra lengua.
Sorprende que, cuando se acaba de celebrar el 42º aniversario, mientras el propio presidente proclama que su partido es el “garante del respeto a la Constitución”, su “crecido” vicepresidente mueve los hilos consiguiéndole “nuevas amistades”, obviando, mal que le pese, que nuestra forma de gobierno sigue siendo una monarquía parlamentaria y anunciando sin el menor rubor a todo aquel que quiera escucharlo que “una nueva república es cuestión de tiempo”.
Que hoy, desde el propio gobierno, se estén cuestionando 14 artículos de la Constitución de todos, produce perplejidad y tristeza; el gobierno de coalición y sus interesadas “amistades” dibujan un horizonte descorazonador.