Para las alimañas, ni perdón, ni clemencia, ni medidas de gracia
Los mismos que vienen mostrando un especial interés en remover la historia de España sucedida hace más de ochenta años, en una guerra fratricida en la que murieron miles de españoles por el simple hecho de haber “caído” en uno de los bandos, llevan tiempo tratando de pasar de puntillas sobre unas décadas mucho más recientes, en las que el terror indiscriminado causó demasiados días de dolor y muerte.
No hay que ser un experto observador para percatarse de que incluso los socialistas, sacudidos en aquellos años, con la misma crueldad que otros colectivos por el desenfreno terrorista de ETA, llevan tiempo quitándole “importancia” a esos días sangrientos.
No es necesario nombrar al ex presidente que consideró a alguno de ellos como “hombre de paz”, ni pronunciar el nombre de quien para llegar a La Moncloa se apoyó en los herederos políticos de esa banda de asesinos a la que derrotaron las fuerzas de seguridad del estado, por más que sigan tratando de convencernos de que fue un cese voluntario de su actividad criminal.
Los condenados están en el lugar que merecen por sus actos, cumpliendo en muchos casos apenas una “parte simbólica” de las condenas de cientos de años o incluso de miles de años que la justicia decidió imponerles.
Están diseminados por cárceles de todo el territorio nacional (excepto en Cataluña, Baleares y Canarias) e incluso, según algunas informaciones, gozan de pequeños privilegios que no alcanzan a todo el colectivo carcelario.
De los 367 etarras presos que había en junio de 2014, en el conjunto de las cárceles españolas, excluidos los que han recuperado la libertad y los que han fallecido por diversas causas (incluido el suicidio), en octubre quedan tan solo 189, una pequeña parte en las prisiones del País Vasco.
Según datos de la Asociación de Víctimas del Terrorismo, desde que está Grande Marlaska al frente del Ministerio del Interior, 31 etarras han sido trasladados a cárceles del norte.
Hoy mismo, el diario El Mundo publica que “Marlaska acerca a 12 de los asesinos más crueles de ETA” y a casi nadie se le escapa que más allá de razones humanitarias, que den respuesta a la petición de los propios condenados o de sus familias, “obligadas” a hacer grandes trayectos para visitarlos, el incremento de esos traslados, es el pago de uno de los “plazos” al Partido Nacionalista Vasco y a los pro etarras, para prestar su apoyo a los presupuestos generales y a lo que sea menester.
El siguiente “plazo”, en marzo de 2021, cederá las competencias penitenciarias al gobierno vasco, lo que facilitará las medidas de gracia para “sus” presos.
A algunos les resulta enternecedor que se traslade a un asesino desde El Puerto de Santa María o desde Almería a alguna de las cárceles vascas o de su entorno, para que los suyos puedan visitarle con mayor frecuencia y menor coste económico, pero se indignan si las víctimas, que nunca jamás volverán a ver a sus muertos, muestran su malestar por los acercamientos.
Quienes tan sobradamente demostraron la más extrema crueldad, no merecen ningún gesto humanitario, para las alimañas, ni perdón, ni clemencia, ni medidas de gracia.