No, no estamos acercándonos a ningún túnel tenebroso
Está sobradamente demostrado que nadie es insustituible, en la mayoría de las actividades y muy especialmente en la política.
Por intensa que haya sido la experiencia, por grandes o pequeños que hayan sido los logros, cuando el tiempo se “acaba”, llega el momento de recoger los bártulos y cerrar la etapa vivida con la mayor dignidad posible.
No suele dar buenos resultados proclamar aquello de “o yo o el caos”, máxime cuando el futuro de quien hace semejante proclama depende de la decisión soberana y libre de millones de votantes y no de su grupo de incondicionales, del coro monocorde que le rodea, lo ensalza, lo adula y repite sus consignas y frases como si les fuera la vida en ello.
La inmensa mayoría de las encuestas, a sólo doce días de las elecciones generales apuntan en una misma dirección y cada vez son menos los que toman en consideración las que viene haciendo ese “amigo incondicional”, sí esas que, a diferencia de las otras, pagamos con nuestros impuestos.
Ante semejante panorama, eran muchos los que aún confiaban en que anoche, el “avasallador” pudiera tomar aire vapuleando al “modoso” aspirante, dejándolo en evidencia ante los casi seis millones de personas que nos dicen que vieron el debate y lograr nivelar una balanza que parece inclinada ya sin solución hacia el lado azul.
Pedro el “bello” había pasado los últimos días preparando el “acontecimiento” televisivo con sus más estrechos colaboradores, renunciando a hacer campaña por esos pueblos y ciudades de España que en estas fechas piensan más en las sombras, el botijo y el ventilador que en escuchar monsergas.
De haberlo hecho es probable que hubiera arañado algún voto indeciso, pero prefirió fiarlo todo a su conocido “pico de oro” y sentado frente al aspirante, envolverlo con su prodigiosa palabrería y llevarlo a la lona con una mano de logros y propuestas.
Bastaron unos minutos para comprobar que pinchaba en hueso, que el aspirante a sustituirle se mostraba mucho más sereno y esquivaba los golpes con sorprendente facilidad, provocando un creciente nerviosismo que ya se mantendría durante los cien minutos del debate.
Necesitaba salir como ganador y quedó patente que eso no sucedió; la expresión de su rostro durante la mayor parte del debate hacía innecesario que alguno de los moderadores se aproximara a la mesa y levantara el brazo del vencedor y le entregara el “cinturón” de ganador de la velada.
Sus referencias constantes a quienes no estaban presentes en el plató, continuando con la “demonización” reiterada del partido que en base a sus previsibles resultados puede “ayudar” a desalojarle de La Moncloa fueron excesivas.
Su negativa a formalizar un compromiso para que tras el resultado de unas elecciones que aún no se han celebrado dejen gobernar al partido más votado puso en evidencia, si alguien aún tenía dudas, que sigue dispuesto a formar gobierno incluso perdiendo las elecciones, si la suma de sus escaños, los de extrema izquierda, comunistas, populistas (la nueva versión multicolor de lo que era antes Podemos), los herederos de ETA y los separatistas antiespañoles es mayoría suficiente.
Y a partir de hoy, en estos 11 días de campaña, no traten de engañar a los votantes augurándonos un futuro catastrófico si no están los suyos al frente del gobierno de España; no nos asusten con abismos inexistentes, ni con pérdidas de derechos; no nos repitan esos pobres “argumentarios” orquestados por la poco imaginativa aportación de sus batallones de asesores, el fin del mundo no nos llegará si se ve forzado a llevarse el colchón de La Moncloa.
La inmensa mayoría de los votantes lo sabemos, NO, NO ESTAMOS ACERCÁNDONOS A NINGÚN “TÚNEL TENEBROSO”, el 23 se lo confirmarán las urnas.