Limitando las celebraciones
Cuando nos encontramos a tan sólo diez días de la Navidad, el temor a un aumento creciente de los contagios puede ensombrecer el panorama festivo de las celebraciones familiares previstas.
Nadie quiere sentar en su mesa a ese desconocido e indeseable Ómicron y teniendo en cuenta las perversas intenciones que se le conocen, lo más recomendable sería hacer todo lo posible para evitar que se haga un hueco en nuestras celebraciones.
Cuando vamos camino de dos años de pandemia, quienes deberían tomar al toro por los cuernos, el Gobierno de España, no lo ha hecho, ni tiene previsto hacerlo, por más que sean numerosas las voces que le vienen reclamando una Ley de Pandemias que regule lo que se puede o no hacer, máxime cuando sus “estados de alarma” han acabado echados por tierra por los tribunales.
Es obvio que la mayoría tenemos ganas de fiesta, de volver a la normalidad anterior a la pandemia, de disfrutar las festividades y vivir los encuentros, con la alegría, los abrazos y los brindis de otros tiempos, pero aun estando muy mayoritariamente vacunados, no podemos permitirnos correr riesgos innecesarios.
Con el incremento de los contagios, más preocupante en algunas comunidades autónomas que en otras, no parece lo más recomendable mirar hacia otro lado y seguir el guión previsto por cada una de las familias para las celebraciones que se avecinan.
Tampoco parece lo más apropiado mantener comidas de empresa “multitudinarias”, que expandan los contagios, agraven mucho más el problema y supongan un nuevo colapso de los hospitales.
El gobierno de Galicia ya baraja la posibilidad de “recomendar” que se limiten las reuniones de Navidad a un máximo de ocho/diez personas y dado que el de Sánchez no lo hará, otras comunidades autónomas se irán sumando con medidas similares en los próximos días para tratar de contener la “onda expansiva” de un virus dispuesto a aguar nuestras fiestas.
Vayan haciendo sus listas para no superar las cifras y correr riesgos innecesarios; es la ocasión de eliminar, en primer lugar a quienes se han empeñado en no vacunarse por los más increíbles “razonamientos”, al “listo” que devora el plato de jamón mientras los demás preparan la mesa, al gorrón de turno que se presenta como cada año con las manos en los bolsillos, al “cuñao” que cree llevar siempre la razón se hable de lo que se hable, a la tía del pueblo que a la menor oportunidad estropea el buen rollo sacando a pasear viejas rencillas familiares, al primo que se las da de entendido en vinos y le añade gaseosa al Vega Sicilia…
Tiempo habrá para celebrar sin límites todo lo que haya que celebrar cuando lleguen tiempos mejores y esos virus, que llevan ya casi dos años enfermando y matando a tanta gente, sean sólo un mal recuerdo, arrinconados por las vacunas y ojalá que derrotados definitivamente por algunos de los medicamentos en los que los laboratorios siguen trabajando.
Hasta entonces, limitando las celebraciones, tratemos de vivir, de la mejor manera posible, aunque sea con la alegría contenida, las navidades que ya están en nuestra puerta.