Las «amistades» de Nicolás
Era cuestión de tiempo que Putin se mostrara abiertamente al mundo como el nuevo “mejor amigo” del dictador arrinconado en el que desde hace unos meses se ha convertido Nicolás Maduro.
Mientras otros países han llevado hasta las fronteras de Colombia y Brasil cargamentos de ayuda humanitaria para una gran parte de la población venezolana que sigue pasando calamidades y sufre la falta de los productos más básicos, otros han optado por la ayuda militar, algo que sólo favorece a Maduro, su gobierno y quienes lo rodean.
Cuentan las crónicas que además del centenar de militares, al aeropuerto de Maiquetía han llegado 35 toneladas de “pertrechos” para los soldados, lo que hace suponer que no se trata de una visita de cortesía para saludar al dictador e infundirle ánimos, sino que tendría como objetivo permanecer por tiempo indefinido en el país.
En la práctica, los “enemigos irreconciliables” de los Estados Unidos (por más que existan serias sospechas de que los rusos ayudaron a Trump a llegar al poder), se les habrían adelantado.
Donald había manifestado que la opción de una intervención armada para derrocar a Maduro, “estaba sobre la mesa” y si se lo hubieran permitido habría tomado alguna decisión drástica.
Entre los países que han venido reconociendo la legitimidad de Juan Guaidó como presidente encargado, había división de opiniones; los había que abiertamente apoyaban el uso de la fuerza como única vía para arrebatar el poder a Maduro y quienes, como la Unión Europea, rechazaban utilizarla, al tener la certeza absoluta de que eso supondría un drama humano aún mayor del que ya vienen padeciendo.
Es evidente que por muy mayoritario que sea el clamor de su pueblo, Nicolás no tiene ninguna intención de volver al trabajo de conductor de su juventud, ni va a renunciar a su cargo, ni va a convocar unas elecciones libres y limpias si eso lleva aparejada la más mínima posibilidad de que lo puedan desalojar del Palacio de Miraflores.
Y menos ahora que los enemigos de sus enemigos han llegado para demostrarle su amistad y disuadir con su presencia a quienes aún mantenían la opción de la fuerza para poner fin a su mandato.
Venezuela, potencia petrolífera mundial, ha visto cómo sus cifras actuales han regresado a cifras de producción que tenía en 1945, cuando ya en los años 60 su nivel de riqueza era comparable a países como Noruega y en el 2001 era el país más rico del continente americano.
El FMI calcula que la hiperinflación de Venezuela a lo largo de este año 2019 superará el 10.000.000%, tras haber cerrado 2018 con “sólo” el 1.698.488% de inflación.
A pesar de reunir las condiciones para ser una potencia turística internacional no sólo no lo ha conseguido, sino que las cifras de visitantes, que podrían aportar un enorme empujón a su economía, lejos de incrementarse, han sufrido importantes retrocesos, entre otras razones por considerarse uno de los destinos más peligrosos del planeta.
Nicolás Maduro ha sido incapaz de cambiar las cosas y enderezar el rumbo de una nave que parece dirigirse irremediablemente hacia el abismo; no está dispuesto a dejar que otro lleve el timón y menos ahora que su “amigo” Vladimir se ha decidido a sostenerlo.
Que las interesadas amistades rusas por tener un lugar privilegiado en esa zona estratégica del mundo no sean un nuevo inconveniente para que los venezolanos recuperen la calidad de vida que merecen y que por la ineptitud del dictador a día de hoy están muy lejos de alcanzar.