LA VIDA BREVE DE AYLAN
Cuando el mundo no se había repuesto aún de la indignación por la trágica muerte de 71 personas hacinadas y abandonadas en el interior de un viejo camión frigorífico en una autopista austriaca, la imagen sin vida de Aylan, un niño sirio de tres años, en una playa turca, distribuida por la prensa, la televisión y las redes sociales, ha conmocionado a todos.
El ahogamiento de doce personas habría engrosado la larga lista de víctimas y apenas habría llenado un rincón en las noticias de no ser Aylan, que junto a su familia, vivía la prematura odisea de huir de un país en guerra hacia el «paraiso» alemán, lugar donde algunos, aún creen que atan a los perros con longanizas.
Lamenta su padre, superviviente del naufragio, que «se le escapó de las manos»; su pérdida y la de su otro hijo Galip, fruto de la impotencia y la fatalidad, le acompañarán toda su vida y ni siquiera aunque logre alcanzar la tierra prometida y ser acogido en Europa, recuperará la alegría porque el precio pagado ha sido demasiado elevado.
Las guerras y especialmente la crueldad del crecido, cruel y fanático ejército islámico, al que hasta ahora nadie ha parado los pies de la manera contundente y fulminante que requiere, han provocado multitudinarios desplazamientos y un éxodo desproporcionado hacia Europa, que hasta ahora se ha limitado a contemplar la escena con sorpresa, viéndolo como un problema exclusivo de los países del sur y no ha sido capaz de reaccionar.
Más de 300.000 personas ya lo han intentado este año, persiguiendo el legítimo sueño de una vida mejor, o en el peor de los casos con la sana intención de conservarla y casi 3.000 la han perdido en el intento, convirtiendo al mar Mediterráneo en una gigantesca tumba.
Paradójico que un turista pueda viajar en un ferry por diez euros y que alguien que huye de la guerra, de la persecución política, del hambre y la miseria, se vea obligada a pagar miles por un minúsculo espacio en una maltrecha barcaza o en las bodegas de un viejo y destartalado barco, para vivir una arriesgada travesía que no siempre le llevará a buen puerto.
Ciudadanos del mundo, como cualquiera de nosotros, son conscientes de que les ha tocado viajar en el vagón de cola, pero no se resignan a representar indefinidamente ese papel secundario; saben que hay luz más allá de ese túnel que desde su perspectiva es aún más negro; que hay playas tranquilas al otro lado de ese mar embravecido que sacude las rocas bajo sus pies; que hay trabajo, libertad de movimiento y expresión, comida, un techo y un futuro para ellos y para esos niños que empiezan a vivir la vida.
La muerte se pasea a las puertas de Europa, especialmente en la costa italiana y griega, las mayores receptoras de la desesperación; el problema, lejos de resolverse ha tomado mayores proporciones; su diminuto cadáver ha despertado las conciencias y provocado la reacción; Aylan ha logrado abrir las fronteras de la solidaridad, el más triste éxito de una vida efímera.
Julián Javier MONTUENGA BARTOLOMÉ