La generosidad con los amigos
Todos tenemos la absoluta libertad y el perfecto derecho de gastar nuestro propio dinero como consideremos oportuno, bien para satisfacer nuestros propios caprichos o para obsequiar u homenajear a nuestros amigos.
La generosidad con nuestras amistades es una cuestión personal e íntima de la que salvo muy contadas excepciones no es necesario dar cuentas a nadie.
Como sucede con la caridad, no debe pregonarse, que tu mano izquierda no sepa lo que hace tu derecha.
Todo es distinto cuando el coste de viajes, invitaciones, regalos o cualquier tipo de detalle, por pequeño que sea, no es costeado por el dinero que tienen tus bolsillos, sino que sale de los nuestros a través de los impuestos.
Nadie en su sano juicio gasta caprichosamente el dinero que no es suyo; no podemos cargar en la cuenta del vecino del quinto nuestro veraneo en Gijón, ni hacer que los del bajo seis soporten nuestro viaje a Soria, ni que la factura de una mariscada con amigotes la pague la comunidad de propietarios, ni que el trayecto del Ave a Zaragoza para visitar La Aljafería se cargue en la cuenta del APA del colegio de nuestros hijos…
Los políticos, por lo general, son muy propensos a “creer” que aquello que simplemente administran, puede ser utilizado con una libertad que excede sus atribuciones, ya sea en el uso de instalaciones, en el disfrute de bienes públicos o incluso en la utilización caprichosa de presupuestos o asignaciones establecidas para sus departamentos.
Quienes ocupan cargos de alta responsabilidad reciben buenos sueldos por desempeñar su trabajo y en casos muy concretos, tienen además la posibilidad de usar bienes del estado, ya sea un avión o cualquiera de los palacios de titularidad pública.
Pero la opinión pública tiene todo el derecho a conocer los detalles y especialmente el coste que esa utilización supone para sus bolsillos.
Es lógico y razonable que si el presidente del Gobierno tiene que atender obligaciones oficiales pueda utilizar cualquiera de los medios públicos, pero nadie entendería que, en el hipotético caso de que tuviera un primo en Almendralejo, utilizara el Falcon para acudir a su cumpleaños.
Es admisible que el Presidente del Gobierno y su familia más directa puedan utilizar en sus vacaciones los palacios del Patrimonio Nacional, sea La Mareta, regalo del rey Hussein II de Jordania al emérito en 1989 o sean Las Marismillas, de uso protocolario desde 1992, utilizado por los presidentes de gobierno y sus familias y por algunos mandatarios extranjeros; pero no parece ético que se aprovechen las circunstancias para agasajar a amigos personales y a sus familias como si se tratara de un hotel “todo incluido”.
Cuando esto último sucede, los ciudadanos españoles tenemos todo el derecho a conocer el detalle personalizado de los “favorecidos” y el coste económico que recae sobre nuestras espaldas.
Hoy, cuando después de mucho insistir, el Consejo de Transparencia y Buen Gobierno ha recibido la respuesta de Presidencia, es decir de Pedro Sánchez, nos dicen que “no le consta” , “ni existen registros”, sobre quienes fueron los privilegiados a los que tan involuntariamente pagamos sus vacaciones.
La generosidad con “sus” amigos, señor presidente, debe salir de “su” bolsillo.