La fiesta puede esperar
Lamentablemente, hoy, víspera de San Fermín, no ha habido lanzamiento del tradicional chupinazo desde el balcón del ayuntamiento de Pamplona, algo que al parecer no sucedía desde la guerra civil y la que por méritos propios es una de las fiestas más multitudinarias y populares del mundo, pasará a convertirse este año en una simple anécdota para la historia de la ciudad navarra, por obra y gracia de un virus tan insignificante como mortífero.
La pandemia que desde finales de febrero ha estado azotando el país con extrema crudeza y que ha acabado con la vida de casi 44.000 personas nos ha conducido hasta la aparente normalidad que vivimos, una situación que, se mire como se mire puede ser cualquier cosa menos normal.
Pueblos y ciudades de todo el país, que contaban con el aliciente de sus fiestas populares de verano como uno de sus principales atractivos para la supervivencia de sus negocios y en muchos casos para llenar sus calles y plazas al menos una vez al año, han ido suspendiéndolas por prudencia y responsabilidad, dejándolas para una mejor ocasión, que por muy pesimistas que seamos, llegará.
El jodido COVID-19 deja a Pamplona sin sus encierros, como dejó a Valencia sin sus fallas, a Sevilla sin su feria de abril, a Madrid sin sus fiestas de San Isidro… dejará sin “tomatina” a Buñol en la que sería su fiesta del 75 aniversario y al margen de la mayor o menor repercusión de cada caso, dejará sin celebraciones festivas a todas las poblaciones del país, agravando la delicada situación económica de empresas y particulares que llevan meses recibiendo “cornadas”.
Por más que los días del confinamiento hayan quedado ya casi como un recuerdo de la primavera, no se ha logrado la eliminación del problema, ni una vacuna preventiva, ni un tratamiento efectivo.
Sólo el sentido común y el máximo cuidado de todos puede hacer que mantengamos al virus confinado en los “corrales”, sin permitirle alegrías, sin darle la menor ocasión para echarse de nuevo a las calles, porque como un auténtico “Victorino” sigue dispuesto a llevarse por delante nuestras vidas por más que creamos que podemos correr más que él.
Ha costado llegar a este punto y ya hay numerosos “rebrotes”, algunos más preocupantes que otros, en casi todas las comunidades; algunos de ellos por la insensatez más intolerable de unos pocos, otros por la imprudencia de quienes, incomprensiblemente, no le dan al problema la grave importancia que tiene y los más imprevisibles por la maldad incontrolable de quien ha demostrado ser un auténtico “asesino en serie” agazapado en casi todos los lugares y circunstancias de nuestra vida habitual.
Podemos hacerlo bien y evitar males mayores, es cuestión de paciencia, la fiesta puede esperar.