La belleza está en el interior
Dice el Génesis, en su capítulo 1, versículo 27: “Creó, pues, Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó”.
Aquel origen nos ha traído hasta el punto en el que nos encontramos; mujeres, hombres y niños, nacemos dotados de un variado y diferencial catálogo de cualidades, valores y aptitudes; teóricamente “iguales” pero realmente muy distintos físicamente unos de otros, incluso entre los parentescos más cercanos.
El aspecto personal de cada uno es el que es, condicionado principal aunque no necesariamente, por el acceso a los medios que facilitan una mejor alimentación y un mejor cuidado e higiene personal; aunque curiosamente un rico puede mostrarse como un zarrapastroso descuidado y el más modesto, carente de medios, ser un ejemplo de pulcritud.
En cuanto a la apariencia física, cada uno tenemos unos rasgos únicos, que en función de la genética, de la alimentación, el ejercicio físico, el tipo de trabajo desarrollado y el cuidado personal, pueden acercarse o alejarse de lo que en cada época se consideran cánones de belleza.
Desde el principio de los tiempos hasta nuestros días, la belleza, principalmente de las mujeres, se ha considerado en función de su “volumen”.
De las mujeres de anchas caderas, que facilitaban el parto y grandes pechos para amamantar a los hijos, como la figura prehistórica de la Venus de Willendorf, pasando por Las Tres Gracias, óleo del siglo XVII, en el que aparecen tres mujeres “rollizas”, al parecer una de ellas la segunda mujer del propio Rubens, se ha llegado a las figuras estilizadas de hoy en día que cuando desfilan, pueden darnos la sensación de que vayan a descoyuntarse en el paso siguiente.
El común de los mortales aspira a parecerse a quienes nos muestran como ejemplo de la “perfección” y a mejorar en lo posible su “normal” apariencia tratando de lograr cambiar lo que le ha tocado en suerte.
Proliferan en nuestros días los implantes de pelo en los hombres y especialmente los retoques estéticos, mayoritariamente en las mujeres, nariz, pechos, caderas… y a pesar de contar con profesionales que en su inmensa mayoría lo hacen con absolutas garantías en España, es cada vez más extendida la práctica del viaje “turístico estético”, principalmente a Turquía, donde el coste es tres veces inferior.
Las estadísticas hablan de que ya en 2018 viajaron a Turquía más de medio millón de extranjeros para operaciones estéticas, de los que 400.000 lo hacían para implantarse pelo y un buen número, hombres y mujeres, para reducción de estómago, aumento o reducción de pechos, liposucciones, implantes dentales y de otro tipo y los más variados retoques estéticos.
Ya en 2017 se produjo la muerte de una joven sevillana y en los últimos meses habrían fallecido al menos cuatro españoles tras someterse allí a una intervención de reducción de estómago.
Además hay constancia de al menos 67 casos de botulismo de ciudadanos de la UE que habrían viajado a ese país con fines quirúrgicos.
El Ministerio de Asuntos Exteriores ha alertado de los riesgos que corren quienes no extreman las precauciones a la hora de elegir dónde “solucionan” su problema de sobrepeso.
Es perfectamente lícito y humano pretender ser más altos, más atléticos, más fuertes, más esbeltos, más “bellos” y más estilizados, pero admitamos que la verdadera belleza de las personas sigue estando en el interior y pensemos si realmente vale la pena arriesgar la salud y la vida tratando de sacarla al exterior.