El año que votamos peligrosamente
Termina el año y lo hacemos sin gobierno, más allá de éste, en funciones cuyo presidente lleva cerca de veinte días sin comparecer ante los medios, bien por iniciativa propia o por recomendación de sus asesores de cabecera, lo cierto es que ha estado “desaparecido”.
Podríamos pensar que lo ha hecho para no asegurar nada que luego tuviera que desmentir en cuestión de horas o días o simplemente para evitar tener que responder a preguntas comprometidas sobre su investidura y más concretamente sobre el secretismo de las negociaciones que pueden hacerla posible, que ya se sabe, hay muchos periodistas-tertulianos, auténticos “activistas”, con una “tendencia enfermiza a preguntar”, sobre todo aquello que les interesa saber a los ciudadanos.
Hoy, tras hacerse público el “dictamen libre de injerencias” de la Abogacía del Estado, cuya imparcialidad ha despertado numerosas dudas en los últimos tiempos, es previsible que el “doctor” Sánchez salga a la palestra, conteniendo, eso sí, la euforia propia del momento, para gritar “urbi et orbi” que por fin, los españoles vamos a tener el “gobierno progresista que nos merecemos” y uno de los presidentes más guapos de las últimas décadas.
Ya se anuncia que esta misma tarde presentarán el “acuerdo de gobierno” social-comunista, sí, aquel sellado con un enternecedor abrazo por quienes días antes simulaban lanzarse cuchillos.
Acuerdo que tan pronto como se conoció su existencia suscitó numerosas dudas de haber sido “pactado” mientras nos hacían ver que era imposible entenderse y nos llevaban a unas nuevas elecciones, en las que contra “sus” pronósticos y los de “Josefé”, se repartieron “como buenos socios prioritarios” una pérdida conjunta de 10 escaños.
De poco serviría decir que la investidura propiciada por ERC supone una histórica indignidad para muchos españoles.
Quienes hace dos años, unilateralmente declararon la “independencia” de la comunidad autónoma de Cataluña, como si trataran de borrarse del mapa de España y aunque su efímera aventura durase apenas treinta segundos, son quienes finalmente ahora, en los primeros días del nuevo año, van a hacer posible que Pedro Sánchez deje de estar en funciones para convertirse en presidente a todos los efectos.
Cuesta entender que los votos de los diputados separatistas, persistentes en un empeño independentista que no cabe en nuestra Constitución, sean los que decidan el futuro de la totalidad.
Cuando el desenlace ya parece inminente, de nada valen las voces socialistas discrepantes frente a las decisiones del “líder supremo”, y menos aún los lamentos de los partidos de la oposición, condenados a esperar tiempos mejores en próximas convocatorias.
Hoy, cuando unos pocos celebran que el informe de los Servicios Jurídicos del Parlamento Europeo ha conducido hasta el de la Abogacía del Estado, que solicita que el condenado Junqueras tome posesión de su acta de eurodiputado español, muchos españoles no podemos tener otra sensación que la de una enorme decepción.
Decepción que confiamos sea puntual y que en ningún caso pueda convertirse en definitiva, ya que no se entendería que tanto para los ya condenados, como para el resto de huidos de la justicia, pudiera haber un horizonte más o menos cercano de impunidad.
Termina el 2019, un año convulso que no para todos acaba mal; en el último suspiro unos consiguen decisiones favorables, otros aseguran carteras ministeriales y el gran beneficiado de la “historia” podrá dormir tranquilo después de tomar las uvas, en el mismo colchón de los recientes insomnios.
Se va 2019, el año en el que votamos peligrosamente y nuestras decisiones en las urnas son las que nos ha llevado a la inquietante situación actual a las puertas de un 2020 que promete ser… imprevisible.