Dar un pescado, enseñar a pescar
Es indudable que cuando esta pandemia pase nos dejará un panorama desolador, especialmente en España, no sólo por los 26.774 fallecimientos que a día de hoy señala la estadística oficial, sino por el incremento desmesurado de las colas del desempleo.
El parón empresarial de una gran parte de las actividades productivas y comerciales ha resultado traumático para muchos, especialmente para pequeños empresarios y autónomos y es previsible que cuando ascendamos la retorcida pendiente que nos conducirá a la “nueva normalidad” que nos señalan como si fuera la tierra prometida, muchos de ellos se habrán quedado definitivamente en el camino.
Pero nos dicen que ya hay 1,1 millones de hogares en el país, en los que todos sus miembros están desempleados y de ellos unos 600.000 no tienen ningún tipo de ingreso, por lo que a día de hoy algunos sobreviven gracias a la generosidad de familiares en mejor posición y la mayoría con las ayudas sociales de ayuntamientos, comunidades y el propio estado o gracias a la labor humanitaria de ONG´S y asociaciones de caridad que se desviven para cubrir las carencias de todo tipo de los más desfavorecidos.
En una situación como ésta, se anuncia la puesta en marcha de lo que este gobierno social-comunista ha dado en llamar “ingreso mínimo vital” (IMV); en la práctica un salvavidas para cuantos luchan por agarrarse desesperadamente a algo que los mantenga a flote mientras dure la tempestad económica.
Es justo y razonable que en situaciones difíciles, los más débiles, los que necesitan ayuda para sobrevivir, la reciban de quienes son los gestores de nuestra economía, ya que son ellos los que tienen la capacidad de decidir en que se gastan los impuestos que paga la mayoría y pueden establecer prioridades.
Hoy por hoy y pese a las prisas del vicepresidente, empeñado en apuntarse el tanto, es sólo un borrador no definitivo de lo que será en fecha próxima algo tangible y despejará las negras nubes que ensombrecen el día a día actual de miles de familias, muchas de las cuales lo esperan como agua de mayo.
Se dice que ese “IMV” puede ser compatible con otras ayudas sociales que por otros conceptos y por otros cauces pudieran recibir las familias de otros organismos e instituciones.
Sorprende que para establecer la cuantía se tengan en cuenta las rentas del año anterior, sobre todo porque, querámoslo o no, somos un país de pícaros y un buen número de quienes puedan ser los potenciales beneficiarios, habitualmente han venido sobreviviendo en su mundo “B”, sin ingresos “oficiales”, al margen de las “reglas fiscales” que se llevan una buena parte de todo lo que entra en nuestros bolsillos.
A modo de ejemplo, se habla de un importe máximo de hasta 1.015 euros al mes para una familia compuesta por dos adultos y dos hijos, que no tengan otros ingresos; lo que sin ser el “sueldo” de un diputado, es un importe apreciable, que no perciben un buen número de desempleados con derecho a paro y que también supera ampliamente lo que muchos pensionistas perciben tras una vida laboral de tres, cuatro o cinco décadas de trabajo y cotización.
Por más que el trabajo “dignifique” al hombre y a la mujer, la asignación estatal puede hacer que no falten quienes opten por acceder a ella antes que a madrugar cinco días a la semana, trabajar siete u ocho horas diarias en el más desagradable de los empleos que uno pueda imaginar, para acabar cobrando el salario mínimo de 1.050 euros, con el que mantener a una familia, sea de dos hijos o más.
¡Hagánlo con rigor, señores y señoras del mayor gobierno de la democracia!, porque es una cuestión de justicia dar hoy un pescado a quienes no tienen nada que llevarse a la boca, pero también tienen la obligación de enseñarles a pescar para que mañana ellos mismos puedan conseguir su sustento.