¿Crisis?, ¿qué crisis?
Pedro Sánchez Pérez-Castejón, persistente cumplidor de su palabra, había repetido hasta la saciedad que no pactaría con el populismo, porque no podría dormir por las noches, pero poco después, concretamente el 12 de noviembre de 2019, se abrazaba a Pablo Iglesias Turrión como si no hubiera mañana (se echaron en falta los besos), tras estampar sus firmas en el acuerdo de gobierno entre sus dos formaciones.
El experimento del gobierno de coalición, pionero en la España democrática, sin una mayoría absoluta desde su constitución y forzado a entenderse con nacionalistas, separatistas, “herederos políticos” de los asesinos de ETA y demás minorías casi testimoniales, no ha sido nunca una maquinaria engrasada capaz de funcionar con la armonía que algunos presuponían.
El PSOE obtuvo 120 escaños y Unidas Podemos 35, lejos de la mayoría absoluta de 176, pero suficiente para echar a andar contando con otras fuerzas, no necesariamente de izquierdas, interesadas no sólo en que la derecha “no pille cacho”, sino en obtener las más variadas compensaciones.
Fue fácil entenderse, ¿qué no hay ministerios para todos?, se crean más o se dividen en dos los que anteriormente fueron uno y aquí paz y después gloria.
Se fue el vicepresidente, la voz más crítica, pero dejó casi todo “atado y bien atado”, incluido un ministerio para la amiga y compañera de estudios de la madre de sus hijos y la “designación digital” de Yolanda Díaz, no sólo como vicepresidenta, sino como futura candidata a la presidencia del gobierno.
El creciente protagonismo que ha tomado la gallega, con el beneplácito del presidente, que no siempre ha defendido a los suyos con la contundencia necesaria, ha levantado una figura que se ha “crecido” mucho más allá de la proporción de fuerzas que tienen dentro de la coalición.
Desde el principio, han sido numerosos los asuntos que han generado tensión entre los dos partidos, pero la sangre nunca ha llegado al río porque romper la coalición ahora supondría un adelanto electoral que a juzgar por los datos de la mayoría de las encuestas, descartado el “encargo” del CIS, podría suponerles a ambos un severo correctivo, apartarlos del poder y dejarlos en la oposición.
En estos días, resuenan las descalificaciones moradas a los tribunales por las sentencias que no son de su agrado; incluso piden la dimisión de la presidenta del Congreso por hacer cumplir la sentencia del Supremo que quitaba el escaño a su diputado “pateador” y reprochan a Sánchez que no cumpla lo firmado.
En los últimos días ha subido de tono el “griterío” y los reproches de quienes pretenden derogar la reforma laboral del PP, tratando incluso de apartar a la ministra socialista de economía en un asunto que no sólo es laboral, sino eminentemente económico, que la UE vigila de cerca y que puede condicionar la llegada de fondos.
La sorprendente tibieza del presidente ha dado alas a los morados, hasta hoy, en que por fin se ha mostrado dispuesto a que su ministra Calviño “colabore” en la “derogación/modificación” de la reforma laboral y que los cambios se hagan contando también con la CEOE, “como se hace en Europa, con diálogo social y vocación de consenso”, ha dicho.
En resumen, la situación actual del gobierno de coalición es muy similar a la de una pareja que querría separase, pero sobrelleva las tensiones y continúa bajo el mismo techo, antes que adentrarse en un camino que conduce a un horizonte de absoluta incertidumbre.
La coalición seguirá sonriendo forzada, “¡dientes, dientes!”, como si no pasara nada, mientras nos repiten ¿crisis?, ¿qué crisis?.