¡Cómo hemos cambiado!
Cuantos participaron en las manifestaciones de mayo de 2011 en Madrid estaban muy lejos de imaginar que quienes desde aquellos días se hacían eco de sus inquietudes y preocupaciones, aquel grupo de gente cercana que prometía cambiar las cosas, alcanzaría crecientes cuotas de poder, a nivel local, y autonómico, incluso con representantes en el Parlamento Europeo, en un tiempo récord.
Les bastó capitalizar el descontento con el sistema, entre otros, de los que no tenían casi nada que perder y los veían como la única opción ilusionante que les hablaba de un futuro mucho mejor para todos.
Criticaban la “casta” de los políticos de turno, como una minoría privilegiada que por el mero hecho de ostentar el poder venía disfrutando de todas sus ventajas.
Señalaban a los políticos de los partidos tradicionales como seres muy alejados de la realidad social y económica de la mayoría de los ciudadanos que con su esfuerzo y sus impuestos llevaban décadas soportando el peso de la desproporcionada estructura política del estado.
Aquel grito de “guerra” repetido hasta la saciedad para hacerlo creíble del “¡sí, se puede!” ilusionó a los más desencantados.
Y fueron muchos los que confiaron en aquellas promesas que hablaban, no sólo de cambiar la historia democrática de España, sino sus propias vidas, garantizándoles sus necesidades básicas, salud, educación, trabajo, vivienda, libertades, igualdad de oportunidades…
No han sido necesarios demasiados años para que aquellos nuevos políticos de Podemos se fueran integrando en las instituciones del estado y aun cuando tuvieron resultados mucho mejores en otras elecciones anteriores, fue en las últimas generales, con el peor de su corta trayectoria, sólo 35 escaños del Congreso de los Diputados, cuando convencieron a Pedro Sánchez de compartir el Gobierno de España, repartiéndose ministerios, altos cargos, instituciones… y claro, los sustanciosos sueldos que llevan aparejados.
Olvidados los viejos insomnios del presidente, aquellos populistas de Podemos, surgidos al “calor” del mayo madrileño, agrupados con comunistas de una histórica Izquierda Unida venida a menos, hicieron posible la investidura y exigieron sus carteras; una para mí, otra para mi mujer, para el comunista, el manchego de En Común, la gallega de las Mareas…
Establecía el “código ético”, como garantías democráticas, que los cargos internos y electos del nuevo partido tendrían un límite salarial equivalente a tres veces el salario mínimo interprofesional y un límite de mandatos de ocho años para los cargos internos, que sólo excepcionalmente podrían ser doce.
La llegada al gobierno, con el consiguiente incremento de cargos públicos, más allá de los ministerios, ha propiciado que un muy nutrido grupo de personas de Unidas Podemos haya pasado a desempeñar puestos con retribuciones que empequeñecen el sueldo del propio presidente del Gobierno.
Y claro, somos humanos, esto no dura siempre, hay que aprovechar la coyuntura, el futuro puede ser incierto, hay unas familias, unos hijos…
¿Por qué quedarse sólo con 2.850 euros al mes de los 14.000 euros que en algunos casos les paga el Estado si con esas cifras podemos viajar, darnos todos los caprichos, tener una vivienda espectacular y un coche de esos de los “buenos?.
¿Por qué destinar ese “exceso” al partido o a “fines sociales”, si la estructura de la formación la pueden sostener los inscritos con sus aportaciones y el propio Estado con las subvenciones por resultados electorales?.
Hoy la inmensa mayoría de quienes con sus manifestaciones de aquel mayo madrileño propiciaron el “milagro” de esta nueva casta, siguen donde estaban, con aquellos mismos problemas y las mismas preocupaciones de entonces, contemplando con cierto estupor a quienes han subido a la cima. Lo recordarán cuando les llamen a las urnas, pero mientras asisten perplejos a la propuesta de suprimir las limitaciones de sueldos y mandatos de quienes les ilusionaron; lo aprobarán en su Tercera Asamblea, quizás murmurando “¡cómo hemos cambiado!”.