Comienzan a llegar los turistas
Ayer, primer día tras el fin del estado de alarma, que se ha prolongado durante 99 días con grandes restricciones y limitaciones de movimiento, llegaron más de 600 vuelos internacionales a los diferentes aeropuertos españoles.
No hay duda de que el balance final del turismo en este año de la pandemia no va a ser bueno; la mal llamada “nueva normalidad” no sólo es un eufemismo, sino una forma engañosa de tratar de convencernos de que muchas cosas van volviendo a ser como antes, como si lo que ha sido durante tres meses un torrente devastador, hubiera vuelto a convertirse, de la noche a la mañana, en un riachuelo inofensivo que apenas alcanza a mojarnos los tobillos.
Condenados a convivir con el enemigo agazapado que es el virus, tratamos de volver a la realidad que tenemos ante nosotros, entre la desconfianza y el miedo que nos provoca el doloroso precedente de nuestros casi 44.000 muertos víctimas de la pandemia que aquí parece controlada pero que en distintos rincones del planeta es aún una seria amenaza que provoca miles de contagios y centenares de muertes diarias.
Abiertas nuestras fronteras, comienzan a llegar turistas de países europeos en los que se siguen produciendo inquietantes rebrotes y de otros en los que el control del virus va más despacio de lo que cabía esperar.
Nos aseguran que se lleva a cabo un triple control a los viajeros que llegan a España por vía aérea o mediante trenes de alta velocidad y si aceptamos sin más esa “garantía” que pregonan, deberíamos tranquilizarnos, pero saltan las alarmas cuando sabemos en qué consisten esos “controles”.
La Comunidad de Madrid ya ha considerado una “broma” ese triple control consistente en una toma de temperatura, un formulario que rellena el turista y una inspección visual del recién llegado, que mucho nos tememos no la realiza un especialista epidemiólogo, tan cualificado como Fernando Simón, capaz de ver más allá del aspecto aparentemente saludable de quienes han decidido visitarnos.
Es un hecho que la llegada de turistas va a amortiguar en buena medida la grave caída del sector, que la economía nacional recuperará un apreciable porcentaje de los beneficios que genera la actividad, que se pondrá fin a un buen número de ERTES y que se aligerarán las colas del paro, al menos en estos meses del verano recién estrenado.
Pero conviene no olvidar los riesgos que conlleva la acumulación de personas sin respetar las normas más elementales, entre ellas el uso obligatorio de mascarillas y el mantenimiento de las distancias establecidas.
La masificación de algunas playas, tanto en Barcelona como en otros lugares de España, ya ha provocado el cierre de algunas de ellas, antes incluso de la llegada de extranjeros; los establecimientos de hostelería y las terrazas tienen la responsabilidad de velar por que no se superen los porcentajes de aforo autorizados, algo que no va a resultarles fácil.
Que la “nueva normalidad” pueda volver a ser la de antes depende de todos; las imprudencias sanitarias se pagan caras; ahora que comienzan a llegar los turistas, no podemos permitirnos más errores porque el “castigo” puede ser un nuevo confinamiento parcial o general y lo que es más lamentable, la vuelta a los contagios y al relato diario de nuevas y dolorosas cifras de muertos.