El análisis: Una rave en Cataluña
El final de las elecciones catalanas ha dejado en los oídos un vacío similar a llevar imbuidos en un concierto de rock & roll durante dos años. El ruido del tabarrón catalán ha sido similar a un Berskha en hora punta tras horas de paseo por escaparates de media ciudad, sin saber qué le faltaban a los zapatos anteriores para que a nuestra parienta no le gustaran.
Algo así ha acabado por pasar en Cataluña: una sobrexposición de zapatos que no han acabado de convencer a nadie por ser viejos reformados o chanclas de medio pelo. Si hay un ganador en las elecciones ese ha sido el independentismo y eso no hay análisis que lo destruya. La candidatura conjunta de Convergencia y Esquerra Republicana logra 62 diputados que doblan a la segunda opción más votada, la de Ciutadans que, en su localización primigenia, pasa a tomar la alternativa de PSC y PP como garantes en Cataluña de la salvaguardia de la Constitución en un terreno de por sí convulso.
Los 62 diputados son una victoria clara de Juntos pel Sí que se queda, no obstante, a un paso de la mayoría absoluta o, al menos, de que le salgan las cuentas a Artur Mas, flautista mayor del reino. Juntos pel Casi. La oscilación de ese diputado que les hubiera marcado los 63 era de vital importancia para los sueños soberanistas de Artur, Romeva, Junqueras y compañía. Y es que el establishment catalán pasa a estar en manos de un giro de tuerca sin tornillo de la CUP, auquellos muchachos desaguisados que adelantan por la izquierda a Podemos.
La CUP, que ha jurado y perjurado en catalán que no votarán la investidura de Artur Mas como presidente de la Generalitat, tiene en este momento la llave en su mano. La abstención en segunda ronda de investidura daría con más noes que síes en una votación que podría tener como consecuencia otros quince días de campaña electoral, bailes de Miquel Iceta y domingos de refrescar pantallas en busca del escrutinio.
Quedará también saber si los Junts pel No Ciudadanos, PSC, CSQEP y PP lo están realmente, como parece. Una noche electoral celebrada con cava en Ciudadanos, con bailes en la intimidad en el PSC que respira más que sueña y cuyo principal batacazo ha recaído en Podemos y el Partido Popular que tendrán los justos representantes para apenas poder jugar una pachanga futbolera que, a modo de socialización, ha sido el principal escollo durante los últimos días de campaña: saber dónde jugarían Barça y Espanyol.
Como ocurre en los festejos locales, lo peor de los conciertos de rock & roll es el despertar del día siguiente cuando a uno le pitan los oídos. Y máxime, si las mañanas vienen cargadas de dianas floreadas que, lejos de despertar de manera festiva a los vecinos, les recuerdan que con el punto y final de las elecciones en Cataluña comienzan las fiestas previas a las generales que será la última ‘fiesta de la democracia’ de un 2015 que más que fiesta, ha sido un festival que la CUP, utilizada la democracia como rave, no plantea que acabe nunca.
Darío Novo