Los antivacunas, frente a la evidencia: ¿qué argumentarán cuando todo acabe?
Los datos del cambio de tendencia de la pandemia tras la llegada de las vacunas deja en evidencia a los conspiranoicos. ¿Qué les lleva entonces a seguir diciendo que no funcionan?
Miguel Núñez.
El anuncio de la llegada de una vacuna contra el coronavirus fue todo un soplo de esperanza para la mayoría de los españoles. A pesar de que en julio del año pasado las personas que afirmaban estar dispuestas a vacunarse contra el covid-19 no llegaba al 45%, las reticencias y la desconfianza han ido desapareciendo un año después. No hay duda de que España es, a día de hoy, uno de los países que más confía en la vacunación y mejores coberturas está logrando en los rangos de edad que van más avanzados.
A pesar de estos datos de confianza, sumados al descenso claro de contagios y mortalidad por coronavirus al tiempo que las medidas de control se van flexibilizando, sigue habiendo una minoría que se empeña en defender la línea negacionista, argumentando bulos como que son un invento y una estafa de las farmacéuticas, que no está demostrado que funcionen o que causan otro tipo de enfermedades, entre otros muchos. Es comprensible que hace unos meses, frente a la novedad, hubiese un cierto porcentaje de la población que tuviese miedo a inoculársela, pero, ¿qué lleva a la gente a seguir defendiendo estas teorías frente a la evidencia clara de su importancia?
«Los seres humanos manejamos diferentes estrategias cognitivas para reaccionar de manera rápida a las situaciones que generan incertidumbre. A este mecanismo de respuesta, que es adaptativo y muy extendido, se le denomina en Psicología Social ‘sesgos cognitivos'», explica José Antonio Luengo, psicólogo educativo y sanitario y Decano del Colegio Oficial de la Psicología de Madrid. «En el caso que nos ocupa, dos son los sesgos que operan de manera notoria: el sesgo de confirmación, por el que tendemos a asociarnos de manera intensa con aquellas teorías que se relacionan positivamente con el resultado de nuestros análisis e ideas iniciales, sin necesidad de contrastes o revisiones sobre la verosimilitud de aquellas, y la denominada ‘ilusión del conocimiento’, que nos hace pensar, de forma notoria y expansiva, que pocos hay en nuestro entorno que sepan más de esto que yo mismo, que me documento en las ‘mejores fuentes de la información y el conocimiento…'»
Por su parte, la Doctora en Psicología Margarita Aznar, añade que frente estas afirmaciones irracionales hay que tener en cuenta que «los seres humanos tenemos un poderoso sistema de defensas, por lo que, si hemos empleado en algo muchísima energía y tenemos que desdecirnos, eso puede afectar a la estructura de nuestra valoración personal, hay que asumir el error, la vergüenza… y entonces en muchos casos se niega la evidencia de forma descomunal incluso disociándose en el discurso».
Sumado a lo anterior, el psicólogo Sergio García destaca la parte de esas personas que no aceptan la evidencia científica como método de ‘desplazamiento’, negando realmente otra situación que pertenece al ámbito de lo afectivo: «Mi madre muere de coronavirus, no acepto la muerte de mi madre, pero lo que exhibo es que no acepto la evidencia científica relacionada con el virus».
La principal duda para los próximos meses es si las personas que defienden estos posicionamientos claudicarán o no frente a la evidencia. García Soriano cree que seguirán manteniendo sus postulados independientemente de lo que pase en la realidad: «Si lo pensamos en términos futbolísticos es más fácil de comprender. ¿Si tu equipo queda el último en la liga dejarías de ser un forofo del mismo? ¿Si la directiva de tu equipo fuese corrupta afectaría a tu adhesión como aficionado al club?».
José Antonio Luengo sí cree que los denominados ‘negacionistas’ tendrán ‘bajas’ según vaya observándose de forma objetiva que la situación mejora sensiblemente: «Pero no debemos perder de vista que es más que probable que la denominada y casi olvidada normalidad tardará en llegar, con algunas incidencias que sirvan de operativa de afianzamiento de las posturas iniciales. Hablamos del ‘sesgo de elección’: una vez que optamos y elegimos nuestra posición, nos cuesta ‘Dios y ayuda’ cambiar la misma, aunque nos pongan ante nuestros ojos evidencias poco contestables».
El perfil del negacionista
Defender a toda costa un pensamiento irracional o fácilmente desmontable es algo que, de un modo u otro, nos ha pasado a todos. ¿Por qué nos cuesta tanto reconocer nuestros errores? ¿Por qué nos aferramos a nuestras creencias frente a lo que nos cuestionan con razón? «El ser humano no piensa con las neuronas, piensa con los ‘grupos de referencia’. Las opiniones que tenemos nos dan una identidad, cambiar de opinión nos exige un grado de humildad y también nos orienta o desorienta en relación con quien es nuestro “líder” o nuestro ‘grupo de referencia imaginaria’. Reconocer un error o adherirnos a un avance nos somete en ocasiones a un conflicto de lealtades sobre lo que me enseñaron en casa o lo que aprendí entre amigos o con aquel profesor…», explica García Soriano, destacando que siempre es más fácil defender un sentimiento que un argumento científico, porque la emoción tiene menos aristas y una menor complejidad.
Al circunscribirnos exclusivamente a los antivacunas frente al coronavirus es inevitable recordar que las teorías de la conspiración no son algo nuevo, ha ocurrido en épocas muy diferentes y con asuntos muy diversos. Quizás exista un patrón o un perfil de personas más propensos a seguir este tipo de teorías. «Probablemente, personas inseguras, dominadas por incertidumbres y miedos creados más por su imaginario que por la realidad objetiva«, sostiene Luengo. «Personas influenciables por las noticias ‘explosivas’ y crédulas con la primera teoría o explicación que simplifica la realidad y dibuja un escenario distópico, sin argumentos científicos razonables. Personas que ahondan en mundos cargados de tejidos esotéricos…»
¿Ignorar o tratar de convencer?
Al encontrarnos con este tipo de argumentos siempre se nos plantea la duda de cómo abordar el discurso irracional. Imaginemos el encuentro con un amigo de un amigo que resulta ser un firme defensor del terraplanismo, ¿deberíamos tratar de desmontar con datos sus afirmaciones o es mejor no entrar en conflicto y dejarlo por imposible? «Es una buena pregunta… Mi experiencia me dice que no conseguimos demasiado con la exposición de argumentos que intentan contrarrestar opiniones y creencias como las que son de referencia en este tema», sostiene Luengo. «Creo, no obstante, que debemos contraargumentar, pero adoptando una postura discreta, respetuosa y sencilla. Y no dedicar mucho tiempo. Solo el justo para exponer de forma tranquila nuestra opinión».
«La mejor manera de desmontar un delirio es no querer desmontarlo»
Para el psicólogo Sergio García la mejor forma de afrontar una conversación con alguien es no pensar que dice cosas «irracionales». «El delirio tiene una función en cada delirante y todos podemos delirar en menor medida o en determinados temas en los que somos susceptibles. Si aceptamos un debate con un terraplanista se va a producir una polarización de lo que él piensa y no vamos a conseguir nada excepto exacerbar su argumento y el nuestro. La mejor manera de desmontar un delirio es no querer desmontarlo. Generar un vínculo, hablar de otras cosas, generar afinidad en otros temas y poder ser una figura referente para él o ella y si él o ella alguna vez quiere cambiar de opinión ya le hemos mostrado el camino de manera indirecta. Mostrarle su equivocación le va a reforzar en su opinión previa«.
Una rara avis
Como decíamos al inicio, y como buena noticia final, este tipo de posturas son siempre minoritarias, pero especialmente nuestro país que, a diferencia de Francia, tiene unas cuotas de aceptación a las vacunas muy alta. En el país galo, las cosas son algo diferentes. Como explicó a El Confidencial el sociólogo Jocelyn Raude “los estudios internacionales muestran desde hace años que los franceses son los que más se oponen a vacunarse en el mundo”. ¿A qué puede deberse esa importante diferencia entre países vecinos?
Para entender la vertiente francesa, el propio Raude explicaba que el país vecino, tras haber sido durante décadas una sociedad favorable a las vacunas, que erradicaron enfermedades como el sarampión o la polio, este apoyo cambió a partir de principios de los 2000. Una serie de campañas de vacunación y escándalos como el de Mediator, un medicamento contra la diabetes considerado responsable de miles de muertes, acompañadas de agresivas campañas en redes de los colectivos antivacunas, modificaron la tendencia.
Volviendo a nuestro país, José Antonio considera que la buena situación de los españoles frente a los antivacunas es gracias, en su opinión, a la alta calidad de nuestro sistema sanitario que provoca un elevado nivel de confianza en nuestros médicos y especialistas. García Soriano considera que «las campañas de vacunación en España han sido permanentes desde hace décadas por todas las administraciones. Somos un país que tiene una cultura de la vacunación elevada. Se sufrió mucho con la polio y todos vimos de primera mano la efectividad de las vacunas. Siendo en la actualidad solicitadas cartillas vacunales en algunos colegios como requisito de inscripción formando parte de nuestro acervo cultural».
En definitiva. Nadie está a salvo de estar alguna vez en la posición de defender lo indefendible. El trasfondo psicológico y social por el que se puede llegar a negar la necesidad de la vacuna frente a los datos no es muy diferente a otros razonamientos mucho más cotidianos y extendidos. Entender los motivos y analizar la mejor forma de rebatirlos es el remedio correcto contra ellos.