Malas hierbas
(En memoria de todas las mujeres y niñas asesinadas a las que su familia y sus amigos echarán de menos en esta Navidad y en todas las siguientes).
A raíz del reciente asesinato de la joven Laura Luelmo, como ya hiciera cuando se produjo el de Diana Quer y en otros sucesos anteriores tan dolorosos y lamentables, la calle se ha movilizado clamando una justicia que a todas luces, hoy por hoy, le parece insuficiente.
Las crónicas de sucesos nos vienen recordando que no funciona la prevención ante la posibilidad de que cualquier ciudadano “ejemplar”, en un momento dado pueda decidir saltarse la ley y cometer un delito de menor o mayor gravedad.
Ha quedado demostrado que el mero hecho de saber que existe el castigo para el delito no evita que día tras día se sigan produciendo.
No se puede volver a tiempos remotos en los que quitar una vida debía ser pagado con la propia, en una ley del talión que fríamente podría parecer lo más justo; no podemos recuperar, en pleno siglo XXI la pena de muerte, por más que en el improbable caso de que se sometiera a referéndum, pudiera sacar un muy elevado porcentaje.
Las leyes son las que son y en tanto los políticos, metidos casi siempre en otros charcos, no se decidan a cambiarlas, estamos todos sometidos a un código penal que a unos les puede parecer muy “duro” y a muchos otros excesivamente “suave” y “paternalista” con el delincuente.
Sabemos que la Justicia no es una ciencia matemática mediante la cual, a tal delito corresponde tal pena, ya que en función de las circunstancias, agravantes o atenuantes, las condenas pueden resultar en ocasiones más rigurosas o más benevolentes de lo que cabría esperar.
Por más que una de las funciones de la justicia sea rehabilitar a quienes han cometido delitos y han sido privados de libertad durante una pequeña o gran parte de su vida, resulta muy llamativo que con frecuencia regresen prematuramente a la vida social personas que no deberían hacerlo por el simple hecho de hacer un trabajo remunerado en la prisión o por tener un comportamiento modélico dentro de sus muros.
Si la condena fue por el comportamiento delictivo previo, lo menos que se les puede exigir durante su cumplimiento es que sea correcto y no obtengan beneficios por el mero hecho de serlo.
Si aprenden un oficio o realizan un trabajo pagado, tanto mejor para su futuro, pero que no necesariamente signifique una reducción de esa “estancia” que se han ganado por hechos del pasado.
Asistimos con relativa perplejidad a sucesos de enorme gravedad, que son cometidos por condenados que o bien disfrutan de permisos o han visto saldadas sus penas con rebajas y apenas han pisado nuestras calles, vuelven a las andadas.
Una buena parte de la sociedad se enfurece de rabia cada vez que un individuo que no debería estar libre comete una nueva atrocidad, similar a la que le llevó a la cárcel o superándose a sí mismo, comete una de mayor gravedad.
Es evidente que las víctimas mortales NUNCA volverán a la vida que vivían con sus familias y sus amigos y por eso es humanamente comprensible que quienes sufren su pérdida definitiva y la sociedad en general exijan todo el rigor a la justicia e incluso lleguen a reunir varios millones de firmas pidiendo que no se derogue la prisión permanente revisable, ahora en vigor para algunos delitos especialmente graves.
Nuestros representantes políticos, gobernantes y legisladores, nuestro sistema judicial y de prisiones tienen la ineludible responsabilidad de velar por la seguridad del conjunto de la población y de mantener a buen recaudo a cualquier malnacido que suponga un riesgo para la integridad y la vida de los ciudadanos.
La lamentable muerte de Laura Luelmo a manos de una alimaña que no debía haber estado en la calle, indigna a los ciudadanos y debe hacer reflexionar a todos los citados por su parte proporcional de responsabilidad.
Cualquier ciudadano y muy especialmente niñas y mujeres tienen todo el derecho a vivir sin miedo a sobresaltos, sin temor a que ningún indeseable, que ya haya dado muestras de su maldad, se cruce en su camino decidido a truncar sus sueños o su vida.
Las gentes del campo lo saben bien, puedes arrancarlas una y otra vez, pero vuelven a surgir de nuevo, cuando menos te lo esperas reaparecen; por eso es imprescindible señalarlas y no perderlas nunca de vista, las malas hierbas nunca mueren.