De cursos y de verano. Día 4: Lo niego todo
Los periodistas también usamos WhatsApp. Es como hablar del heliocentrismo ahora pero tampoco está mal de vez en cuando confesarse. Usamos también otras redes sociales. Twitter por ejemplo es una fuente de información como para Inda era Villarejo. Pero legal.
Del trato con los compañeros de un mes que es lo que duran los cursos, siempre me ha sorprendido eso, lo de compañeros. A pesar de que los periodistas miramos con cierto recelo a nuestros similares, al final somos camaradas. Aquello que decían de «es un hijo de puta pero es nuestro hijo de puta».
Mucha culpa de lo que me sorprende la tienen los muchachos de prensa interna que son periodistas estudiantes pero mas que estudiantes, periodistas. Al menos se comportan como tal. Ojalá los grandes gabinetes cuenten algún día con profesionales de este calibre. Mueren y matan por cada canutazo, incluso los insulsos. Pero matan con metralla si alguno de los medios externos necesitamos una entrevista con alguno de los ponentes.
Los ponentes son variopintos, como imaginan. Los hay buenos, los hay malos. Los hay feos, los hay guapos. Los hay grandes, los hay pequeños. Y no sigo, que de una enumeración de este tipo, Leonardo Dantés hizo el hit de ‘Tiene nombres mil’.
Son jóvenes y (aun) no sobradamente preparados. Pero se van haciendo. En muchos de los casos es su primer contacto con el periodismo real. Al periodista se le valora no solo por su trabajo sino por su capacidad de negación. De las resacas, digo. Es un polvorín. Te subes a la sierra, te pasas el día currando y por la noche, a ver quién se va a dormir. O bueno, a ver quién se levanta que es el principal de los problemas de la noche. Y del periodismo.
El WhatsApp no para y hay propuestas de todo tipo. La última, el concejal de Medio Ambiente de Fuenlabrada que nadie sabe quién es. Es más, hay quien no sabe dónde está Fuenlabrada.
«Prevenidos, que viene.»
Es el mensaje que se envía al chat grupal cuando acude alguno de los interesantes. No sé si, dentro de la locura de ofrecimientos que nos hacen, tienen a gente por la M-600 vigilando a los coches oficiales u oficiosos. No sé tampoco si las inmensas resacas les hacen ciscarse en nuestros antepasados cada vez que les cambiamos los planes por órdenes del medio o por incomparecencias varias. No sé tampoco si tras estos cursos tienen un síndrome de Estocolmo de echar de menos las semanas de locura entre la piedra del Monasterio. No sé tampoco si al trabajar con técnicos de sonido e imagen piensan que el mundo está loco. Y, lo principal, no sé si saben jugar al futbolín. Pero prometo contaros que no.
Sí sé de su ilusión. Sí sé de su simpatía. Sí sé de su profesionalidad. Sí sé que lo único que tienen de estudiantes es la condición porque son periodistas con mayúsculas. Sí sé que esta será una de las mejores experiencias de su vida. Sí sé que igual no saben cómo nos facilitan nuestro trabajo. Sí sé que Antonia escoge muy bien a los suyos. Sí sé que con esta cantera el periodismo no tiene que temer por el futuro. Sí sé que por muchas gracias que les demos mañana se levantarán negando todo