Cheira a Coimbra
Nunca entenderé los nacionalismos, de ningún tipo, ni los pequeños ni los grandes. No puedo entenderlos porque no puedo sentirlos y no puedo sentirlos porque a pesar de las diferencias entre las personas, creo que las semejanzas son mayores. Ser ciudadana del mundo lo llaman.
Y es que hace poco aterrice en una pequeña ciudad universitaria, del país vecino, llamada Coimbra. Una ciudad de la que me enamoré desde el primer momento en el que puse un pie en ella. Una ciudad que me recibió con los brazos abiertos y en la que puedo asegurar que me siento parte. ¿Cómo entonces voy a entender el sentimiento de nación si siento que hoy este país también es mi casa?
Coimbra me ha permitido conocer a gente muy distinta con la que arreglar el mundo alrededor de una mesa. Me ha permitido conocer a gente con fuertes sentimientos nacionalistas y a pesar de que su exposición de motivos me parece muy válida y defenderé hasta la saciedad el poder de decidir de los pueblos, pues no concibo un mundo en el que obliguen a alguien a ser lo que no quiere ser o no siente que es; yo sigo siendo ciudadana del mundo. Y lo soy porque no podría ser de otra manera, porque las banderas no me representan y las fronteras se las inventaron hace tiempo, una línea imaginaria no puede limitarme. Soy incapaz de reducirme a un solo lugar, si hoy me siento un poco de esta tierra.
Puede sonar estúpido, pero una nación se me queda pequeña cuando mis ojos están puestos en el mundo. Los lugares no nos hacen, nos hacen las personas que hay en ellos.
Desde el jardín Botánico de Coimbra escribo estas letras, donde realmente puedo afirmar que Cheira a Coimbra; expresión portuguesa que literalmente traducida quiere decir huele a Coimbra, pero en realidad… en realidad quiere decir mucho más.