Uniformes y excluyentes
Ha llovido mucho desde que en 1976, el fallecido Manuel Fraga, entonces vicepresidente del Gobierno de España y Ministro de Gobernación, prohibió a los sindicatos y a la izquierda manifestarse por el 1 de mayo, primero tras la muerte del dictador Franco, dejando para la historia su tajante “la calle es mía”.
La democracia trajo a la sociedad española numerosos cambios en todos los aspectos, pero entre otros, le devolvió la absoluta normalidad a las calles, la libertad de movimientos y el pleno derecho a manifestarse públicamente independientemente del signo político, con absoluta libertad.
No es descubrir nada nuevo que los votantes de la derecha nunca han sido tan propensos a las manifestaciones como tradicionalmente lo han sido y siguen siendo los de la izquierda, hasta el punto de que algunos de ellos consideran que “la calle de Fraga” es suya ahora.
En los últimos tiempos han sobrado los motivos para echarse a la calle y si bien algunos colectivos lo han hecho muy puntualmente, los sindicatos mayoritarios, tan “activos” cuando son otros los que gobiernan, ni están en las calles, ni se les espera.
Adormecidos a fuerza de subvenciones públicas, cuando la cifra de afiliados, que aportan una pequeña cuota, ronda los mínimos históricos, por debajo del 15% de los trabajadores, dan la sensación de estar en un periodo de “letargo”, a la espera de un “nuevo ciclo”.
Sobran los motivos para salir a gritar a Sánchez, no ya sus numerosos incumplimientos de palabra, que acumulan varios volúmenes de hemeroteca, sino por sus cesiones imperdonables a quienes tan interesadamente lo apoyan, lo chantajean y mantienen la estabilidad de su sillón de La Moncloa.
En su auténtico “Manual de Resistencia” ha antepuesto sus intereses a los de España, concediendo cualquier petición a los herederos de la banda terrorista que durante décadas asesinó incluso a algunos de sus compañeros del partido socialista, acercando a los etarras a cárceles vascas y cediendo al Gobierno Vasco las competencias de Instituciones Penitenciarias.
Permitió a los separatistas catalanes que proclamaron la república más efímera del planeta, redactar a su gusto los recientes cambios del Código Penal (como ha asegurado Pere Aragonés).
Si la concesión de los indultos fue ya una gota que colmaba el vaso de la indignación general, la derogación del delito de sedición, pretendiendo hacernos creer que no era por el hecho de perdonar a los “golpistas” sino por “europeizar” las penas enfureció aún más a buena parte de la sociedad española, incluidas algunas figuras emblemáticas del socialismo.
La reforma del delito de malversación se diseñó para quedar como una leve “colleja” a quienes no guardaron nada en sus bolsillos pero dilapidaron grandes sumas de dinero público en su fallida “aventura” independentista.
Esos mismos que le recuerdan que el “procés” no ha acabado por más que nos lo repita usted, Bolaños, Montero, Alegría, Iceta… y aseguran que lo volverán a hacer, pacíficamente o por las bravas, si no se les permite un referéndum para decidir, ellos solos, que no son parte de España.
Señor Sánchez, cuantos se manifestaron en Madrid, a quienes tan despectivamente descalificó como “uniformes y excluyentes”, sólo quieren poner fin a sus desmanes.
Tampoco ven bien que pretenda controlar los tres poderes del estado y aunque ayer con sus gritos pedían su dimisión, sabrán esperar a las urnas para hacerlo con legitimidad y con la rotundidad que la situación creada por usted merece.