¡No más «Pedroches»!

La historia de la ciudad de Madrid, detalla que desde la instalación del reloj en la torre de la Casa de Correos, actual sede de la Presidencia de la Comunidad de Madrid, en 1866, fue creciendo el número de personas que el último día del año se reunían en la plaza para escuchar las doce campanadas que daban paso al año siguiente.

Cuentan que la tradición de comer las uvas en el cambio de año se remonta a la Navidad de 1909, año en el que fue tal el excedente de uvas en Levante, que los agricultores decidieron regalarlas a los ciudadanos, invitándoles a tomarlas con el pretexto de que les darían buena suerte.

Con el paso de los años, la costumbre de presenciar “in situ” las campanadas y acompañarlas con doce uvas se ha convertido en una tradición y son miles de personas, en la actualidad se permite que accedan a la plaza sólo 7.500, las que cada 31 de diciembre se plantan allí para vivir en riguroso “directo” y en apenas 35 segundos, los sonidos que conducen al año nuevo.

En España, ése es el ritual navideño por excelencia, que si bien se transmiten desde otros incomparables emplazamientos de toda nuestra geografía, tienen en la Puerta del Sol de Madrid, el epicentro más popular para acompañar la toma de las uvas que dan por terminado el viejo y abren la puerta al nuevo año.

Las principales cadenas, públicas y privadas suelen elegir ese escenario y quien más quien menos, en función del presupuesto, opta por dejar el protagonismo del momento a las figuras más llamativas de su programación o a personajes emblemáticos convertidos, a fuerza de sucesivas retransmisiones, en auténticos especialistas en el asunto.

Uno de los casos más reiterativos es el de Cristina Pedroche, que con las de este año ha alcanzado las nueve retransmisiones de campanadas.

Es innegable que su presencia suscita un desmesurado interés, mucho antes ya del 31 de cada año, no tanto por cómo será su “actuación” en las doce campanadas sino por la sorpresa de su vestuario, los colores, el diseño, las proporciones de los tejidos, el maquillaje, los complementos… y por el morbo de comprobar si finalmente se presentará desnuda por completo, si mostrará  alguno de sus pechos, si va pintada o envuelta en transparencias…

Es tan grande la expectación que llegado el momento puede decepcionar a una parte significativa de la audiencia que elige “su” cadena; a juzgar por los comentarios de la calle, en esta ocasión ha defraudado a demasiada gente.

Nadie pone en duda el desparpajo de la vallecana ante las cámaras; ha dado suficientes muestras de su valía en los diferentes programas en los que desde hace años suele intervenir, pero su aparición de este año, una vez apartada la capa, al parecer confeccionada con tejido de tiendas de campaña de refugiados, fue decepcionante; dicen que era una paloma de la paz la escultura que trataba de cubrir sus pechos y si ellos lo dicen lo sería, pero mi vecina del quinto pensó que era un recorte de escayola o un engendro hecho de poliespan; y la falda de tul en espiral era lo suficientemente transparente como para comprobar que al menos bragas si llevaba.

Un conjunto que ni siquiera resulta original viendo lo que ha mostrado la cantante India Martínez, vestida con algo muy similar en 2019.

Si la cadena que tan generosamente le paga esos minutos decide mantenerla en años sucesivos, junto al “monaguillo” que la suele acompañar, y quiere conseguir aún más audiencia, ¡no más “Pedroches”!, que ella ceda el protagonismo a Chicote y que sea el afamado cocinero, cuando ella le aparte la recurrente capa, quien, a  golpe de “badajo”, desgrane las doce campanadas y nos conduzca a un nuevo año.