Ellos nunca se han ido
Desde su “tímida” aparición en enero de 2020, el virus se ha estado moviendo a su antojo entre nosotros, cambiando de “disfraz”, creciéndose por momentos y logrando en ocasiones desbordar a nuestros servicios sanitarios.
Han sido dos años duros pero entre unos y otros, expertos verdaderos y agoreros metidos a “expertos”, nos han ido convenciendo de que el asunto, pese a la gravedad de las sucesivas “olas”, estaba controlado, que los “picos” de la pandemia eran agua pasada y que había llegado el momento de salir, consumir, viajar y divertirse, para resarcirnos de las limitaciones sufridas.
Pero lo cierto es que a pesar de las vacunaciones de la inmensa mayoría de la población, el goteo de muertes no ha cesado; en parte por la acción “criminal” del propio virus y en parte por la irresponsabilidad personal de cada uno de nosotros, que, no se puede negar, hemos ido bajando la guardia a medida que pasaba el tiempo y las autoridades nos han ido liberando, primero del riguroso confinamiento y luego de la mascarilla y las precauciones básicas.
Desde el pasado 20 de abril, fecha en la que el gobierno, que ya nos había permitido dejar de usarla en exteriores, nos autorizó a dejar de utilizar la mascarilla en interiores, se han seguido produciendo numerosos fallecimientos, casi 5.000 desde entonces (con una media de casi 70 muertes diarias), lo que a fin de junio y según las “reducidas” cifras oficiales, sitúa las muertes “totales” por coronavirus en España en 108.111.
Una cifra ya muy cercana a casi toda la población de algunas ciudades como Alcobendas (117.000), Cádiz (116.000) o Jaén (113.000) y superior a la de Orense (105.000) o Reus (104.000).
¿Se imaginan que toda la población de cualquiera de esas ciudades detalladas hubiera sido borrada del mapa por el virus?, pues esa es la verdadera dimensión acumulada de la acción devastadora del COVID-19 en España.
Hace un mes, el director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias, Fernando Simón, tan desacertado en numerosas de sus “profecías” declaraba que “habrá un aumento importante de contagios pero creo que es improbable que el virus nos sorprenda”, abogaba por “tratar con naturalidad ese aumento gracias al gran porcentaje de población vacunada” y añadía que “la gente se ha vacunado para poder vivir con normalidad y aunque en verano se dispararán los contagios, las consecuencias, como hasta ahora, serán más leves”.
No se ha equivocado en esta ocasión en cuanto al importante aumento de contagios, que al ritmo que va superará muy pronto los 13.000.000 de personas contagiadas, pero no deberíamos aceptar de ninguna manera lo de que “las consecuencias serán leves” cuando hoy por hoy se sigue produciendo una media de 50 muertes diarias.
Cuando la última cifra publicada de hospitalizados es de 10.250 y hay 450 personas en las UCIS luchando por no perder la vida, no podemos restar ninguna importancia a la situación de la pandemia.
La mayoría pretendemos hacer una vida lo más parecida a los días previos a la aparición de la pandemia pero no parece lo más acertado que las autoridades apelen a la responsabilidad individual de cada uno y se echan en falta recomendaciones oficiales, más allá de que la ministra Darias “aconseje” usar mascarilla, que prevengan y eviten que a no mucho tardar tengan que convertirse en prohibiciones.
Estamos en verano y hay muchas ganas de diversión, pero no podemos olvidar que esos jodidos virus siguen empeñados en completar el alfabeto griego y envolvernos en sus nuevas olas y aunque por un momento hayamos podido pensar que lo peor ha pasado, no debemos olvidar que ellos nunca se han ido.