Don Alfredo, caballero del honor
Quizá la mejor manera de definir a Di Stéfano para todos aquellos que no tuvimos la ocasión de verle en un campo de fútbol sea la fotografía en la que Don Alfredo, con los brazos medio en jarra, se amarra a dos de las Copas de Europa de las cinco que aparecen en la imagen y que él, entre otros, dio a su Madrid. Las cinco primeras copas de Europa han sido para el Real Madrid que conocemos hoy la piedra de roseta. Aquel era un futbol tosco y la piedra no se limaba como ahora, puro basamento en sillares.
En medio de todo ello destacaba Don Alfredo, alguien que nunca le tuvo miedo al barro ni a la palabra. El recorrido de Di Stéfano ha sido un juego de la oca de triunfo en triunfo, una estrella sin pelos en la lengua que ha representado el sentir madridista casi a modo de César González Ruano: «hasta quienes no tenemos nada que ver con el fútbol, estamos insobornablemente reunidos en torno al Real Madrid». El de Ruano era el Madrid de entonces, un Madrí, Madrí, el de Santiago Bernabéu que fichó a Di Stéfano.
Ruano entrevistó a Don Alfredo en el 54. En la conversación mantenida con el astro argentino, desprende Di Stéfano algo que quiso poner en liza Pardeza años después con la tesis doctoral realizada precisamente sobre César González Ruano: que el deportista no ha de estar reñido con la universidad. Por eso, Alfredo Di Stéfano, el futbolista que cuando cogía el balón, este se hacía pequeño, fue monaguillo antes que fraile y le contaba a Ruano que antes de jugar al fútbol estudiaba agrónomos.
El «rubiasco» al que le quedaban mal los pantalones y «no tenía precisamente pinta de dandy», calzaba por entonces de expresión atónita «como la del hombre que va al banco y lo encuentra cerrado, como la del muchacho a quien ha dado plantón una chica». Su vida era la tierra y de ahí sus estudios, aunque la mejor manera de practicarla le llegó con el balón, lejos de la herramienta pero cercana también a algunos animales. Sobre ella dejó dichas una de sus frases más célebres que llamaba al juego terrenal practicado por ángeles: «el balón está hecho de cuero, el cuero viene de la vaca, la vaca come pasto, así que hay que echar el balón al pasto».
Era un buen compañero a su manera, como era la gente de entonces que no gastaba maldad sino oficio, un profesional de la época, un santo en lo suyo, por eso no es casualidad que le quieran tantos y carezca de enemigos.
«-¿Ha tenido usted enemigos en el fútbol?
-Bueno, alguna vez que alguno me pegaba duro, sí.»
Tras sus conquistas como jugador, Di Stefano probó suerte como entrenador con ese amor al fútbol de todos los grandes como Cruyff, como el Diego, como él. Algunos de los que fueron entrenados por Don Alfredo le describen como alguien cercano, con la sensación de aquellos entrenadores que lo tienen todo bajo control. Y todo es todo. En su época en el Valencia, el portero Pesudo –una especie de Toni Jiménez de la época- realizó uno de sus múltiples gestos rimbombantes que le costó al equipo ché un gol en contra: «no te pido que atajes las que vayan dentro, pero al menos no te metas las que vayan fuera».
Mentiría si no dijera que siempre busqué para mi Atlético de Madrid a nuestro Di Stéfano y creo que, a nuestra manera lo encontré con sus similitudes pero, sobre todo con sus diferencias. Si algo agradeceré como amante del fútbol será el hecho de que Florentino Pérez haya homenajeado a Di Stéfano en vida como parte del madridismo y como parte del fútbol pero si algo agradeceré a la ‘Saeta Rubia’ será esa frase que pronunció con respecto a mi club, el del Manzanares: «nuestro rival número uno es el Atlético de Madrid». Don Alfredo se marcha de nuevo a la llamada de Santiago Bernabéu en una nueva estrategia de este último para reunirle con otros mitos que nos han dejado en 2014 como Luis o Eusebio. Y desde aquí le agradecemos tanto por su fútbol, tanto por su señorío y por representar a la perfección el verso del himno madridista que habla de él, de un caballero del honor.
Darío Novo