Grandes esperanzas
Cuando, tal día como hoy del año pasado, se administró la primera vacuna contra la COVID-19 en España, se apoderó de muchos de nosotros un tímido optimismo que se ha ido manteniendo a medida que la población recibía las distintas dosis; a día de hoy el 83% de la población ha recibido al menos una.
En estos casi dos años transcurridos desde que se conocieran los primeros contagios, las olas se han ido sucediendo con mayor o menor intensidad, hasta llegar a esta sexta que vivimos, que sacude indiscriminadamente a todo el mundo y como no podía ser menos a España.
Son demasiadas personas las que se han ido quedando en el camino y muy cuantiosos los daños colaterales, con días mejores y peores, con graves daños que en la economía han resultado irreversibles para muchos, por el cese de actividad y la consiguiente pérdida de ingresos y empleos.
Quienes dirigen nuestros destinos han pecado reiteradamente de excesivo optimismo prometiéndonos una “nueva normalidad” que varias veces se ha venido abajo como un frágil castillo de naipes al que le sigue costando mucho mantenerse en pie.
La variante Ómicron se ha convertido en dueña y señora de esta Navidad; está condicionando las reuniones y celebraciones de esta eminentemente familiar época del año y provocando nuevas restricciones en la hostelería y el ocio justo cuando algunos comenzaban a asomar la cabeza tras los sucesivos varapalos que les impedían ponerse en pie.
A medida que se van conociendo más datos de esta última variante, nos cuentan que tiene una mayor capacidad de contagio pero que afortunadamente la gravedad de los afectados es menor que con algunas de sus predecesoras, lo que no deja de ser un pequeño “consuelo”.
Quien no se consuela es porque no quiere, ya que si bien el porcentaje de mortalidad es menor, al ser mucho más numerosos los contagiados, la probable cifra de muertes podría seguir siendo elevada.
Y aunque en algunas comunidades ya han observado que se están frenando los contagios, en otras nos cuentan que seguirán creciendo dos semanas más, lo que pone en riesgo las grandes celebraciones de fin de año, mayoritariamente en interiores, y las cabalgatas de Reyes, por más que se celebren en la vía pública.
Es evidente que estaba equivocado quien tan precipitadamente dijo aquello de “hemos derrotado al virus, controlado la pandemia y doblegado la curva”, quien luego nos animó con lo de “salir a las calles y disfrutar sin miedo” o más recientemente nos aseguró “no habrá problema para celebrar las fiestas con normalidad”.
Pero no le faltaba razón cuando repitió aquello de “vacunación, vacunación, vacunación”, algo que algunos siguen sin entender, poniendo en riesgo no sólo su propia salud, sino la de cuantos les rodean.
Ante tan poco alentador panorama actual, con casi mil contagios por cien mil, casi nada invita al optimismo, ni nos lleva al paisaje idílico que nos pintaban hace un año.
Nos queda la opción de seguir confiando en la ciencia y en la medicina, nuestras grandes esperanzas, porque es más que probable que sólo ellas nos conduzcan hasta el final del túnel.