No pidamos imposibles
Desde aquel 27 de diciembre del año pasado, en que Araceli Hidalgo se convirtió en la primera persona en recibir la vacuna en la residencia de Guadalajara, los españoles, voluntaria y mayoritariamente, nos hemos ido vacunado, muchos ya con tres dosis.
En estos días lo hacen los menores de 12 años y es previsible el porcentaje final sea similar al de los adultos, con la excepción de aquellos niños bajo la irresponsabilidad de mayores anti vacunas, que presumiblemente no facilitarán que sus vástagos sean inmunizados.
En medio de este incesante y agitado mar de olas, nos ha sorprendido la sexta con la nueva variante Ómicron, que a juzgar por los expertos “verdaderos”, posee una capacidad de contagio similar al sarampión, que dicho sea de paso, es el virus conocido más contagioso.
Hace ya algunos días que en España se ha superado la cifra de los 500 casos por 100.000 habitantes y todo apunta a que la cifra seguirá disparándose; algunas comunidades autónomas ya han superado el triple de esa cifra.
Tranquiliza, en cierto modo, saber que debido a la vacunación la mayoría de los contagios actuales no revisten la gravedad de otras ocasiones, pero en ningún caso podemos resignarnos a admitir como algo “normal” que el goteo diario de muertes siga siendo el que es y que pese al recuento “oficial”, los más de 110.000 fallecimientos queden reducidos a poco menos de 89.000.
A las puertas de las celebraciones navideñas, con un sistema sanitario, del que podemos sentirnos orgullosos, a punto de verse nuevamente desbordado, el panorama ante los preparativos festivos es desolador.
Sorprende que a estas alturas de la historia, el Gobierno, tan diligente a la hora de aprobar algunas leyes, haga oídos sordos, no sólo a las peticiones de la oposición, sino a las de otras voces más autorizadas, de proponer una Ley de Pandemias que regule especialmente las restricciones y ponga límites legales a los comportamientos y capacidad de moverse de los ciudadanos.
Se anuncia para pasado mañana, a dos días de la Nochebuena, la reunión virtual del Presidente del Gobierno con los presidentes de las comunidades autónomas para “analizar la situación y tomar las medidas oportunas”.
Es lo que han dado en llamar la “co-gobernanza”, algo así como repartir las responsabilidades para que quien debería afrontarlas por razones del cargo no pase a convertirse en el “malo de la película”, el que “estropea la fiesta” o el “poli malo” que decide autoritariamente lo que podemos o no hacer.
Es él quien pide “tranquilidad y confianza” cuando ya son palpables la incertidumbre y el nerviosismo de una gran parte de la población, que cada día que pasa es más consciente de que estas Navidades no pueden ser “normales”, que habrá que limitar drásticamente los movimientos y los contactos con amigos y familiares y dejar para tiempos mejores casi todo lo que nos gustaría celebrar en estas fechas.
Cabe un último recurso, pedirle al “gordito” que el 24 tiene que traer los regalos a los más pequeños, que para todos traiga la normalidad de otros tiempos sabiendo que incluso Papá Noel tiene sus limitaciones.
No pidamos imposibles y hagamos cada uno todo lo que esté en nuestras manos para conseguirla con la responsabilidad, la sensatez y los sacrificios que exige una situación tan delicada.