Si un día me gano una condena, háganmela cumplir
Es un hecho contrastado a lo largo de la historia de la humanidad que hay individuos que no han nacido para vivir y desenvolverse entre el resto de las personas; son auténticas alimañas predispuestas a mostrar su maldad congénita en la primera oportunidad que se les presente.
La historia se repite con más frecuencia de la que sería admisible y el resultado vuelve a ser el previsible, la libertad de alguien que no la merecía acaba significando la irreversible pérdida de una persona inocente que por azar se cruza en su camino.
Cuentan las frías estadísticas que durante el pasado año 2020, en España, se concedió la libertad condicional a 3.654 condenados, que bajo condiciones establecidas volvieron a pisar las calles en un intento, no siempre exitoso de reintegrarse en la sociedad de la que por sus actos fueron apartados.
Nos dicen que para “vigilar” el cumplimiento de las condiciones impuestas a todos esos “liberados” SÓLO hay 63 funcionarios, lo que en la práctica “asigna” a cada uno de ellos la supervisión del comportamiento de 58 condenados.
En estos días, uno de esos “liberados” antes de tiempo y en contra del criterio de la propia prisión, con un grave historial a sus espaldas, acababa con la vida de Alex, el niño de Lardero, que caprichos del destino, tuvo la desgracia de encontrarse en el camino de la bestia.
Es muy probable que los responsables de que un monstruo pudiera moverse libremente por las calles predispuesto a hacer de las suyas queden impunes y no afronten las responsabilidades por haber tomado una decisión equivocada y otorgar una clemencia inmerecida, pero la sociedad tiene todo el derecho a reprochárselo.
Las condenas están para cumplirlas; la sentencia de los tribunales, tras un juicio con todas las garantías legales establecidas, es el pago por el delito cometido, no “recortable” en función de lo que vaya a hacer desde ese momento.
Realizar actividades en prisión, no debería disminuir el tiempo de encierro y en el supuesto de que se realice algún tipo de trabajo, ¡denles una asignación económica!.
Suena a chiste malo cuando nos dicen que el comportamiento carcelario de un condenado es “ejemplar”, ¡faltaría más!, es lo mínimo que se le puede exigir a quien privado de libertad, vive a costa de las instituciones, con mejores condiciones vitales, al menos en las cárceles españolas, que muchos de los que sobreviven honradamente fuera.
En una sociedad idílica, que no es por desgracia la nuestra, lo ideal es que quienes han cometido “errores” de menor o mayor gravedad, puedan ser reeducados en la prisión y dejen atrás sus “malos hábitos”.
Es humanamente comprensible que se les dé la oportunidad de empezar de nuevo una vez cumplida su condena y, acaben reinsertados en la sociedad; que una vez fuera puedan desempeñar un trabajo y tengan la oportunidad de contribuir con sus impuestos a cubrir las necesidades de todo el sistema.
Si un día, un monstruo se despertara en mi interior y mis actos causaran el dolor o la muerte de cualquiera que para su desgracia se cruce en mi camino, no quiero clemencia, no mereceré la más mínima complacencia de quienes me juzguen y me condenen; no quiero que me concedan redenciones, ni permisos por “buen comportamiento”; si un día me gano una condena, ¡HÁGANMELA CUMPLIR!, es lo justo.