El príncipe James ya es el nuevo Rey de Colombia
Colombia 2-0 Uruguay
Colombia hizo historia ayer en el Maracaná. El equipo de Pekerman, quien se está redimiendo de aquel desastre con Argentina en 2006, se deshizo de una temerosa selección uruguaya con una facilidad pasmosa.
Sin Radamel Falcao, ausente tras destrozarse la rodilla con el Mónaco, un joven nacido en Cúcuta ha asumido el trono del fútbol colombiano. Su nombre es James Rodríguez, una perla descubierta en el sur de Buenos Aires bajo la camiseta de Banfield, cincelada en Oporto (y cuando no es fiesta) y cuyo Big Bang se ha producido al abrigo de la brisa de la Costa Azul de Mónaco.
Tres países, tres ciudades, pero con esta Copa del Mundo se antoja muy difícil pensar que no llegará pronto la cuarta ciudad y el cuarto país.
Con una selección uruguaya destrozada anímicamente tras el «Expediente Suárez» en el que, sin querer profundizar mucho, dejémoslo en que posiblemente la FIFA haya alcanzado su cima en términos de cinismo e hipocresía, Colombia fue siempre más. Propuso más…porque tenía más. Simple.
Sin embargo la tela de araña uruguaya soportaba sin grandes apuros las arremetidas colombianas, en una primera hora ciertamente trabada. Pura Sudamérica
Cuando el plan de Uruguay comenzaba a tomar forma, irrumpió como un huracán el otrora Príncipe, ahora nuevo Rey de Colombia. James Rodríguez agarró una pelota de espaldas al arco y rodeado de celestes. ¿Qué harían el 99 % de los mortales? Tocar de cara e irse silbando de la jugada. Pero, por suerte para Colombia, y el resto de países cuyo nombre no empezara por U y acabara por Ruguay, el de Cúcuta se siente capaz de todo…incluso de brindarnos el gol del Mundial. Una volea imparable para Muslera. Una obra de arte para poner en ventaja a Colombia, para mandar un mensaje a Uruguay de que tendrían que superar otra adversidad más para llegar a Cuartos.
Tras el gol, Uruguay se estiró, pero únicamente sirvió para desnudar las tremendas carencias técnicas de la pareja Álvaro Gónzalez-Arévalo Ríos, además de para certificar el tremendo ocaso futbolístico del maravilloso Diego Forlán, a quien el partido le quedó tristemente muy grande.
Mención aparte merece el Mundial de Edinson Cavani. Desaparecido todo el año en París, el uruguayo no ha podido poner un paréntesis con la celeste a un año tan decepcionante.
De vuelta al partido, tras el descanso, cuando el séptimo regimiento de Montevídeo preparaba sus cornetas para cargar con toda la pasión de un país que sólo entiende una palabra: competición, volvió a aparecer el Rey. Tras una jugada asociativa del combinado colombiano, Juan Cuadrado sirvió en bandeja el 2-0 para que James Rodríguez se convirtiera, provisionalmente, en el máximo goleador del Mundial.
El 2-0 era una distancia abismal tras ver lo que era capaz de hacer Uruguay con defensas cerradas.
Lo intentó el equipo celeste, con voluntariosos jugadores como el Cebolla o Stuani, pero la falta de claridad a veces, y Ospina otras, no proporcionaron un mínimo de esperanza a un combinado minado moralmente. Apúntate ese mérito querida FIFA.
Con Uruguay estrellándose una y otra vez, Colombia cambió el mapa de motor y recargó gasolina diesel. Sabía perfectamente lo que había pasado un par de horas antes, con el agónico pase de Brasil, quien será su próximo rival en Cuartos, y a la selección de Pekerman le bastó con guardar piernas y proteger en los cambios a sus mejores jugadores.
Venció Colombia. Perdió Uruguay. Descubrió el planeta fútbol un nuevo diamante. Espera Brasil. La batalla está servida.
Alejandro Briega