La celebración puede esperar
Hoy, en el comienzo del invierno, la inmensa mayoría nos preparamos para afrontar unas celebraciones navideñas que por razones obvias no van a poder ser las habituales.
En un año en el que desde marzo se han venido sucediendo las malas noticias y en el que arrastrados por un torrente sin control hemos visto cómo las desgracias se han ido sucediendo a diario, no hay, hoy por hoy, una situación general de alegría que invite a grandes celebraciones.
Cierto que mañana, la caprichosa suerte repartirá sus grandes dosis de alegría en cuanto que los bombos del interminable sorteo de Navidad comiencen a “escupir” los números que se llevan los premios importantes.
Para ese pequeño grupo de agraciados el 2020 tendrá un inesperado final que pondrá un poco de luz a tantos meses de incertidumbre, penuria y sinsabores y abrirá un nuevo horizonte de futuro para unos pocos elegidos entre cuantos llevamos demasiado tiempo sorteando las sombras.
Para la mayoría no habrá cambios; son demasiadas las vidas perdidas y muy numerosos los que heridos por la “bestia” han sobrevivido con secuelas de duración indefinida.
No los habrá para la inmensa mayoría de quienes han perdido su empleo en estos meses, ni para quienes entre la impotencia, la desesperación y la rabia se han visto obligados a bajar la persiana de sus pequeños, medianos y grandes negocios.
Especial desesperación la de numerosos autónomos y la de quienes durante largas décadas han pasado el testigo de sus negocios familiares de generación en generación hasta ver cómo la más cruda realidad les marcaba el final de su historia.
El mundo entero se dispone a despedir este maldito año de pandemia, entre la esperanza que ha despertado la inminente llegada de las distintas vacunas y el pesimismo de quienes sospechan que no llegarán a tiempo para salvar a todos.
En España, cuando la cifra oficial de muertos ya supera los 49.000 y diariamente se siguen perdiendo varios centenares de vidas, seguimos sin tener medidas generales homogéneas para todo el territorio, decididas por quienes nos gobiernan y asistimos perplejos a las que cada una de las comunidades ha considerado más razonables.
Desde la responsabilidad personal, quien más quien menos prepara una celebración más reducida de lo habitual para estas fiestas; debemos ser conscientes de que cualquier “exceso” a lo largo de estas fiestas, por insignificante de nos parezca, puede empeorar gravemente la delicada situación que vivimos y hacer aún más grande la enorme bola que el jodido virus echó a rodar por la pendiente hace ya nueve meses.
No es el momento de correr riesgos innecesarios; la situación ha de estar controlada, tiene que imponerse la sensatez general y hay que limitar los encuentros, independientemente de lo que cada comunidad esté dispuesta a permitirnos; los más interesados en que nada empeore somos nosotros.
Dejemos el protagonismo al teléfono y las video llamadas; tiempo habrá de abrazos y besos, de alegría desbordada y risas contagiosas; reservemos nuestro mejor cava para cuando llegue ese momento, la celebración puede esperar.