Nos lo estamos ganando a pulso
Quedó atrás un verano anómalo en el que el propio presidente Sánchez tuvo la osadía de atribuirse la victoria frente al virus, presumió de haber controlado la pandemia y quiso hacernos creer que había doblegado la curva, pero, metidos ya de lleno en el otoño, vemos que nada de todo aquello era cierto.
Envalentonado, es evidente que el número de asesores no garantiza la idoneidad de las decisiones, en la primera semana de julio, nos animaba a “salir a la calle, sin miedo a los rebrotes, para reactivar la economía”.
Y una vez más le creímos, con la misma ingenuidad de un calvo ante el charlatán que le ofrece el ungüento capaz de “repoblar” su cabeza, porque llevábamos 99 días encerrados y aquello de la “nueva normalidad” nos pareció una liberación casi definitiva.
Es evidente que ni se había derrotado al virus, ni se había controlado la pandemia y que “doblegar” una curva no garantizaba un trayecto recto y despejado.
El maldito virus seguía entre nosotros, paciente, agazapado, siempre preparado, a la espera de vernos más confiados para continuar dando zarpazos de enfermedad y muerte.
Seguimos echando en falta a un VERDADERO comité de expertos que guíe los titubeantes y torpes pasos políticos; no podemos permitirnos jugar otra vez con la existencia de un grupo muy cualificado de sabios, para después acabar admitiendo, como hizo el ministro Illa, ante el Congreso, que nunca existieron.
Hoy más que nunca es imprescindible la coordinación y el mando único que plante cara al desbarajuste epidemiológico que va camino de arruinar por completo la economía y lo que es más doloroso, va camino de desbordar otra vez los hospitales y si Dios no lo remedia, de incrementar muchos miles más a los 60.000 muertos que extraoficialmente ya acumulamos.
De poco sirve seguir haciendo elucubraciones de si ya ha llegado la segunda o la tercera ola, porque la realidad que tenemos es como el continuo ir y venir de un mar embravecido que nos sigue golpeando contra las rocas.
Nos hicieron creer que podíamos salir a intentar vivir con “nueva normalidad” nuestras vidas y aunque nunca nos dijeron que estaban equivocados, pretendimos seguir haciéndolo cuando los contagios volvieron a dispararse y los muertos siguieron llenando tumbas.
Llegamos tarde en marzo y hemos estado “descolocados” todo este tiempo; los confinamientos por zonas y las limitaciones autonómicas han resultado insuficientes; no bastan pequeños diques para contener un torrente, es imprescindible levantar un muro infranqueable.
Es necesario tomar al toro por los cuernos y que cuando el barco zozobra sea sólo el capitán quien lleve el timón, no diecisiete oficiales con buenas intenciones, porque el naufragio está asegurado.
Y es imprescindible la responsabilidad general; si no somos conscientes de que todos nos jugamos la salud y la vida, si nos creemos mucho más listos que quienes velan por el cumplimiento de las normas, si pensamos que esta guerra no va con cada uno de nosotros… el confinamiento riguroso, que quizás en junio dejamos prematuramente, será la única opción posible.
Y todo indica que, algunos con más motivos que otros, nos lo estamos ganando a pulso.