No puede quedar nadie más atrás
La inmensa mayoría de los ciudadanos hemos cumplido a rajatabla con el confinamiento del que hoy se cumple el día 36, quedándonos en casa y resignándonos a sobrellevar el encierro con todos los inconvenientes imaginables, pero con la satisfacción de aportar nuestro grano de arena para evitar que ese grandísimo hijo de puta que es el COVID-19 siguiera propagándose a su antojo como un reguero de muerte.
Entre los adultos no nos está resultando fácil pasar tanto tiempo entre las paredes de nuestras casas, más aún, si cabe, a quienes tenemos que compartir espacios más reducidos, algunos mínimos, sin jardines como el del vicepresidente, ni terrazas o balcones a los que asomarse, no ya para aplaudir cada día, sino simplemente para respirar el aire limpio, oír cómo cae la lluvia o dejar que el sol disimule la palidez que hemos adquirido.
Pero los auténticos sufridores, los héroes del largo encierro son, sin ningún género de dudas, los más pequeños de cada casa; lo que al principio les pudo parecer una aventura, con el paso de los días se ha ido convirtiendo en un “castigo” para el que no hicieron ningún mérito.
En las primeras semanas podía resultarles divertido levantarse más tarde como si todos los días fueran fin de semana, hacer los deberes en el sofá, ver todos los dibujos del mundo, jugar con cada uno de los juguetes y juegos de la casa, pintar sin descanso, incluso alguna pared, ayudar a los padres, como pequeños “cocinillas” preparando la comida o una tarta y hasta asomarse a las ventanas para aplaudir y de paso ver si alguno de los vecinos se animaba a cantar.
Pero cada día que ha ido pasando, las ganas de corretear con sus amigos de la guardería o el colegio, jugar en el parque con otros niños de su edad, montar en bicicleta, hacer un partidillo, cambiar cromos, jugar al escondite, visitar a los primos o a los abuelos o simplemente pisar las calles, ha ido desbordando el vaso de su sorprendente paciencia.
El anuncio del gobierno que señala para la próxima semana las primeras salidas de los menores de doce años es en estos momentos el aliciente que los ha vuelto a ilusionar; otra cosa bien distinta es que esas salidas sean mucho más limitadas en tiempo y recorrido de lo que ellos pueden imaginar y claro está, de la mano de un adulto.
Más adelante, cuando la pandemia quede controlada, cuando tengamos un medicamento eficaz o una vacuna, cuando los hospitales aligeren el flujo diario de contagios, las UCI vayan quedando libres para las patologías habituales, los sanitarios y todos los que han estado todo este tiempo en el frente de la batalla más dura regresen a su vida de antes, podremos ir retomando, paso a paso y con garantías, una normalidad que ya nos anticipan que no será la de antes.
Volveremos a las calles, a los parques, a los trabajos de siempre, a cualquier comercio, a los bares y restaurantes, a los lugares de ocio, al pueblo, a la playa o a la montaña, a cualquier rincón del mundo…
Pero seguimos esperando ese momento como quien espera un amanecer que tarda en despertar, un sol remolón que juega al escondite entre las nubes, una lluvia que se hace de rogar, un arcoíris que no acaba de dibujar sus colores, un “tren” que nos llevará lejos pero que aún no ha entrado en el andén…
Y mientras, nos dicen que avanzamos, que un día más es un día menos de espera y sufrimiento; que en las últimas 24 horas, ¡sólo!, han muerto 399, once menos que el día anterior y prácticamente las mismas que aquel lejano 21 de marzo, fecha desde la cual y como arrastradas por un macabro torrente se han ido acumulando muertes hasta las 20.852, cifra que el criterio de Sanidad ha decidido que sean oficialmente nuestros muertos.
Esa cifra, que en los próximos días se verá incrementada, certifica que nos volvieron a mentir una vez más cuando nos prometieron que no dejarían a nadie atrás.
Cuando salgamos de esta pesadilla y podamos continuar nuestras vidas, lo haremos resignados pero cargados de rabia por determinadas decisiones políticas y de dolor por la pérdida de tantos miles de familiares, amigos y vecinos que se han ido quedando en el camino.